El ruido dentro
de la piscina de Parafield Garden era insoportable. Era inicio de temporada
nadadora y parecía que todo el barrio estaba allí. Los nervios por volver a la
piscina me apretaban en el estómago. Era como si tuviese dentro de mí a la
mariposa y la abeja de Mohamed Ali y me estuviesen aporreando la barriga. Algún
pedete se me escapó, pero la mezcla con el olor a cloro de alrededor, dejaba en
el ambiente un aroma embriagador. Los nervios por volver a meterme dentro del
agua clorada no dejaban que me concentrase en ningún punto concreto. Amelie se
había apuntado a su primera clase de piscina y ni siquiera le hice caso.
De
repente me di cuenta que había un nuevo socorrista al borde de la piscina. Parecía
triste, pero lo que menos me importaba ahora eran sus sentimientos. Qué
narices, ¡estaba a punto de volver a saborear el cloro de la piscina!
Mami se metió esta vez conmigo. No
sería tan fácil meter la cabeza dentro de la piscina y tragar agua. A Capgros
lo tenía controlado, pero mami era un hueso duro de roer. Tendría que esperar que
mami se pusiera a hablar con Melanie, y entonces yo aprovecharía para sumergir
mi cabeza dentro y beber un buchito
de agua (que diría la yaya Presi). Así lo hice.
Mi primer trago de cloro me
subió rápido a la cabeza. Respiré hondo y sonreí. En el borde de la piscina
estaba Capgros haciendo fotos. El socorrista le dijo algo y tuvo que parar. “Menudo
socorrista nos ha tocado hoy”, pensé al ver su mala leche. Entonces noté que
podía escuchar algo dentro de mi cabeza.
“Esta gente tomando fotos todo el
santo día. Si ya tenéis muy visto a vuestro bebé. Hacedle fotos en vuestra casa,
copones”.
Ese pensamiento debía ser el del
socorrista de la piscina de Parafield Garden. Jules y Vincent tenían razón: el
cloro me daba poderes que no me podía imaginar. Así que podía leer el
pensamiento del socorrista de la piscina. ¿Y el del resto de la gente?
Paré de
hacer el ejercicio que nos tocaba e intenté escuchar qué estaba pensando
Amelie: “¡Cómo mola, cómo mola!”, repetía Amelie una y otra vez. ¿Y mami, qué
estaba pensando?
“Ahora hay que coger a la niña por
la cintura y darle la vuelta rápidamente para que no meta la cabeza dentro del
agua…”. Ufff, mami estaba repitiéndose el siguiente ejercicio. Ya tendría
tiempo de practicarlo más tarde. ¿Y Capgros, qué estaba pensando?
“Pachin, pachan, pachin, pachan...”,
un mono con pandereta y platillos tocaba dentro de la cabeza de Capgros. El
pobre no daba para más.
Así que lo más interesante era
volver a la mente del socorrista de piscina.
“¿Cómo puedo ser tan estúpido? ¿Cómo
se me ocurre decirle eso a Helen? Me voy a quedar sin novia. Es que soy un
idiota. Yo no sabía que estaba leyendo ese libro, bueno aunque si lo llevaba en
la mano, era normal que lo quisiera leer…”
No sé de qué demonios iba su movida,
pero me estaba metiendo en un cotilleo en todo su esplendor. La mente del
socorrista siguió dándome datos importantes de su chismorreo.
“Yo sólo quería darle un poco de
conversación, y claro, la veo con el libro ese de mierda: “La vida de Pi”, y como
yo ya había visto la película, no se me ocurre nada mejor que decirle que: “Uy,
cariño, ese es el libro en donde el tigre se come a un tío que va con él en una
balsa, ¿no?”, y claro, Helen, me manda a la mierda y con razón, y me dice: “Me
acabas de fastidiar el libro, idiota: ahora ya lo puedo tirar, quemar o
limpiarme el culo con él. O mejor aún, te lo puedes meter donde te quepa,
socorrista de mierda”.
Bueno, bueno: Así que su novia le
llamó: “Socorrista de mierda”. Esta Helen es un poco brujilla. Pobre socorrista. Con
razón estaba de tan mala leche con Capgros y no le dejó sacarme unas fotos. En
fin, que ahora ya sé que bebiendo algo de cloro, además de hablar con los
dibujos molones de las camisetas de Capgros, también puedo leer la mente de la
gente. Por cierto, ¿Qué estará pensando Capgros ahora?
“Pachin, pachan, pachin, pachan…”,
el mono con pandereta y platillos sigue tocando la misma canción dentro de su
cabeza.
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