Los australianos
tienen dos fechas festivas marcadas en su calendario: el cumpleaños de la Reina
de Inglaterra y la Adelaide Cup, una carrera de caballos en la que todo el
mundo apuesta por un ganador. Los australianos se pasan el día apostando. Se
marchan a cualquier pub, se toman unas cervezas y apuestan a lo que sea: cuántos
cumpleaños le quedan a la Reina de Inglaterra todavía por soplar velas, qué
perro será el primero en pillar al conejo de peluche que sobrevuela la pista de
carreras, o en días como la Adelaide Cup, eligen al caballo con el nombre más estrambótico
y siguen bebiendo cervezas hasta que los dólares que tenían en sus bolsillos se
los reparten el dueño del pub y el organizador de carreras de caballos.
Preparada para la Adelaide Cup
La guardería
montó su propio Adelaide Cup; bueno, los bebés de mi habitación querían apostar
sus juguetes y pertenencias en un día tan señalado. Además, parecía que las
ligerezas empezaban a alejarse en un lejano mar de lodo marrón y apestoso para
no volver jamás. Así que decidimos montar la “Mawson Lakes ChildCare Cup 2013”.
Como traer caballos era demasiado caro, aprovechamos que la guardería estaba
llena de arañas y decidimos utilizarlas para nuestras carreras. Cada uno de los
bebés elegía una para que fuese su representante. La mía era muy bonita; tenía
la espalda roja y le puse de nombre: “Encefalograma Plano”. Amelie tenía una
araña gorda y peluda a la que llamó: “Tonto quién lo lea”. Kooper tenía a su
tarántula “Memento” de largas y peludas patas y Mackenzie eligió una araña
marrón a la que llamó “Mi curva de crecimiento es mejor que la tuya”, y que
sospeché que se refería a mí, pero bueno, ese es otro tema. Pintamos unas rayas
en el suelo de la sala de los gorros perdidos y empezamos a apostar.
—Las carreras serán eliminatorias;
la última araña queda eliminada y cada bebé hace con ella lo que quiera —dijo
Kooper, que lo de mandar y organizar eventos deportivos se le daba muy
bien.
Empezó la primera carrera. Cada bebé
colocó su araña dentro de su carril y al grito de “preparados, listos…ya”,
todas salieron rápidas y veloces hasta la otra punta de la sala.
Cartel de la Adealaide Cup 2013
“Encefalograma Plano” iba bien
colocada. Llevaba un ritmo endiablado y me sentí aliviada al ver que no era la
última en cruzar la meta. El Coreano aplastó la suya de un fuerte puñetazo al
terminar última en la primera carrera. Sintió un pinchazo en la mano, pero se
hizo el fuerte y no lloró. Se fue a una de las esquinas de la sala y se quedó inmediatamente
dormido. El resto de bebés nos miramos un poco extrañados.
—¿No será venenosa y estará mal?
—preguntó Amelie.
Kooper fue a tocarle la cara a El
Coreano.
—Está perfectamente. Es un perdedor
y se ha quedado dormido. Vamos chicos, sigamos con nuestras carreras.
Las carreras se fueron sucediendo sin pausa.
“Tonto quién lo lea” perdió en la tercera carrera y Amelie la lanzó a la cama
de los más dormilones sin que nadie se diese cuenta. Las arañas menos preparadas
se iban quedando atrás. Las grandes favoritas empezaban a enseñar la fortaleza
de sus patas peludas. Se acercaba la gran final.
Tarántula de ojos rojos...la gran favorita
Las cuatro arañas clasificadas para
la Gran Final eran: la araña de Amaya, que tenía un nombre un poco raro: “Los
anuncios de Spotify cortan el rollo a mi padre”; la araña de Mackenzie, “Mi
curva de crecimiento es mejor que la tuya”, mi araña de espalda roja, “Encefalograma
Plano”, y la gran favorita: “Papa Noel pasa mucho calor en Australia”, la
tarántula de ojos rojos de un bebé recién llegado a la guardería del que ni
siquiera sabíamos su nombre.
La última carrera empezó con el
bocinazo de Kooper sobre nuestros oídos. Las cuatro arañas salieron rápidas y
hasta la mitad del recorrido todas iban bastante igualadas. No había favorita
clara. Todas tomaron la última curva del circuito a la vez. Entonces sucedió
algo que nos dejó a todos los bebés con el boquino abierto. La tarántula de
ojos rojos se abalanzó sobre el resto de las arañas y se las zampó de un
bocado. Se las comió a todas en un abrir y cerrar de ojos. El bebé recién
llegado y sin nombre conocido sonrió de ese modo maligno que sólo saben hacer
los malos de las películas de James Bond, desapareciendo de la sala de los
sombreros perdidos con su tarántula de ojos rojos dentro del bolsillo de su
pantalón de talla doble 0.