jueves, 28 de marzo de 2013

Adelaide Cup en la guarderia



        Los australianos tienen dos fechas festivas marcadas en su calendario: el cumpleaños de la Reina de Inglaterra y la Adelaide Cup, una carrera de caballos en la que todo el mundo apuesta por un ganador. Los australianos se pasan el día apostando. Se marchan a cualquier pub, se toman unas cervezas y apuestan a lo que sea: cuántos cumpleaños le quedan a la Reina de Inglaterra todavía por soplar velas, qué perro será el primero en pillar al conejo de peluche que sobrevuela la pista de carreras, o en días como la Adelaide Cup, eligen al caballo con el nombre más estrambótico y siguen bebiendo cervezas hasta que los dólares que tenían en sus bolsillos se los reparten el dueño del pub y el organizador de carreras de caballos.
        
                                               Preparada para la Adelaide Cup
              
        La guardería montó su propio Adelaide Cup; bueno, los bebés de mi habitación querían apostar sus juguetes y pertenencias en un día tan señalado. Además, parecía que las ligerezas empezaban a alejarse en un lejano mar de lodo marrón y apestoso para no volver jamás. Así que decidimos montar la “Mawson Lakes ChildCare Cup 2013”. Como traer caballos era demasiado caro, aprovechamos que la guardería estaba llena de arañas y decidimos utilizarlas para nuestras carreras. Cada uno de los bebés elegía una para que fuese su representante. La mía era muy bonita; tenía la espalda roja y le puse de nombre: “Encefalograma Plano”. Amelie tenía una araña gorda y peluda a la que llamó: “Tonto quién lo lea”. Kooper tenía a su tarántula “Memento” de largas y peludas patas y Mackenzie eligió una araña marrón a la que llamó “Mi curva de crecimiento es mejor que la tuya”, y que sospeché que se refería a mí, pero bueno, ese es otro tema. Pintamos unas rayas en el suelo de la sala de los gorros perdidos y empezamos a apostar.
       —Las carreras serán eliminatorias; la última araña queda eliminada y cada bebé hace con ella lo que quiera —dijo Kooper, que lo de mandar y organizar eventos deportivos se le daba muy bien. 
       Empezó la primera carrera. Cada bebé colocó su araña dentro de su carril y al grito de “preparados, listos…ya”, todas salieron rápidas y veloces hasta la otra punta de la sala.
           
                                          Cartel de la Adealaide Cup 2013
        
         “Encefalograma Plano” iba bien colocada. Llevaba un ritmo endiablado y me sentí aliviada al ver que no era la última en cruzar la meta. El Coreano aplastó la suya de un fuerte puñetazo al terminar última en la primera carrera. Sintió un pinchazo en la mano, pero se hizo el fuerte y no lloró. Se fue a una de las esquinas de la sala y se quedó inmediatamente dormido. El resto de bebés nos miramos un poco extrañados.
         —¿No será venenosa y estará mal? —preguntó Amelie.
         Kooper fue a tocarle la cara a El Coreano.
        —Está perfectamente. Es un perdedor y se ha quedado dormido. Vamos chicos, sigamos con nuestras carreras.
        Las carreras se fueron sucediendo sin pausa. “Tonto quién lo lea” perdió en la tercera carrera y Amelie la lanzó a la cama de los más dormilones sin que nadie se diese cuenta. Las arañas menos preparadas se iban quedando atrás. Las grandes favoritas empezaban a enseñar la fortaleza de sus patas peludas. Se acercaba la gran final.
            
                                   Tarántula de ojos rojos...la gran favorita

        Las cuatro arañas clasificadas para la Gran Final eran: la araña de Amaya, que tenía un nombre un poco raro: “Los anuncios de Spotify cortan el rollo a mi padre”; la araña de Mackenzie, “Mi curva de crecimiento es mejor que la tuya”, mi araña de espalda roja, “Encefalograma Plano”, y la gran favorita: “Papa Noel pasa mucho calor en Australia”, la tarántula de ojos rojos de un bebé recién llegado a la guardería del que ni siquiera sabíamos su nombre.
        La última carrera empezó con el bocinazo de Kooper sobre nuestros oídos. Las cuatro arañas salieron rápidas y hasta la mitad del recorrido todas iban bastante igualadas. No había favorita clara. Todas tomaron la última curva del circuito a la vez. Entonces sucedió algo que nos dejó a todos los bebés con el boquino abierto. La tarántula de ojos rojos se abalanzó sobre el resto de las arañas y se las zampó de un bocado. Se las comió a todas en un abrir y cerrar de ojos. El bebé recién llegado y sin nombre conocido sonrió de ese modo maligno que sólo saben hacer los malos de las películas de James Bond, desapareciendo de la sala de los sombreros perdidos con su tarántula de ojos rojos dentro del bolsillo de su pantalón de talla doble 0.


                             Joan Manuel Serrat. "Cada loco con su tema"

lunes, 25 de marzo de 2013

La diarrea te manda a casa



        La clase de los bebes andaba un poco suelta. Y no me refiero a caminar o a empezar a gatear sin sentido; me refiero a lo que me refiero. Un par de bebés habían tenido que volver a casa antes de hora por la ligereza de sus deposiciones. Mi ligereza empezó esa misma noche, pero no fue hasta la mañana siguiente cuando mami le contó a mi cuidadora lo que me pasaba.
        —Creo que Maia anda un poco suelta, ya me entiendes —le dijo mami a Caroline señalando mi culo.
       —Uy, ayer hubo un par de niños que también andaban sueltos…y los tuvimos que mandar a casa; es política de la guardería hacer eso para que el resto de los bebés no se contagien —dijo Caroline con su flequillo hasta el entrecejo.
        —Vaya, así que es la política a seguir…—dijo mami pensativa.
        —La política de la guardería dice que tienen que volver a casa. Lo siento.
        “Conclusión: La política es una mierda”, pensé yo.
      Tenía que volver a casa a pasar el día de ligereza con el entrenador de los futuros jugadores de la selección australiana de fútbol. Su cara era una poesía de Miguel Hernández: “Nanas de la cebolla”. 
       
                                                              la cara de la ligereza    

        El poeta de la cebolla tenía entrenamiento de fútbol por la tarde, aunque evidentemente no podía ir porque tenía que cuidarme, así que llamó al responsable de deportes y actividades extraescolares del sitio para avisar.
        —Hola, mira, que soy el entrenador de los chicos de fútbol, que hoy no podré ir porque mi hija está malita y tengo que llevarla al médico. Lo siento mucho por dejar tirados a los chicos…—mintió vilmente Pinocho (el antes conocido como Entrenador), para explicar el por qué no podía ir a trabajar hoy.
       No escuché la respuesta del otro lado del teléfono, pero no entendía el por qué de la mentira. Hubiese bastado con contarle la verdad.
      —Mira, la política es una mierda y mi hija tiene que quedarse todo el día en casa conmigo. Ale, hasta luego, Lucas.
      Era la hora de mi primera siesta y Agú me recomendó que no me portase mal con mi padre.
      —Pobrecillo, no seas muy dura con él. Bueno, sé dura en lo que tienes que ser dura, para poder volver mañana a la guardería, pero en lo demás, pórtate bien. Ahora que empezaba a tener un trabajo que parece que le gusta…, y se te ocurre ponerte a cagar en aspersión…No seas muy mala y no le des mucho trabajo —me dijo Agú, cuando Pinocho me puso en la cuna para dormir la primera siesta del día.
      —Bueno, vale, de acuerdo —le contesté con su brazo en mi boca.
      Me quedé frita en un par de minutos y dormí más de dos horas en mi cuna. Mis cacas necesitaban fortalecerse, así que mandé a todo el ejército de glóbulos blancos hasta los intestinos y les mandé que dejasen todo en orden para pasar de la ligereza a la dureza en un par de cagadas. Con perdón.

                                          El entrenador-Pinocho te enseña inglés y fútbol

       Pinocho tenía todo preparado para cuando me despertase. Todos los juguetes en su sitio, la leche recién calentada en mi biberón favorito, un bol de arroz y carne triturada por un lado, y otro bol de fruta recién preparada por si me despertaba caprichosa y sólo quería tomar pera y manzana. No podía negar que el tipo estaba preparado para cuidarme a jornada completa. Le hice caso a Agú y me porté bien. 
        Me tomé todo el biberón, comí un poco de arroz y me zampé la fruta sin rechistar. Luego jugamos con todos los juguetes que yo quise. Es gracioso ver como se puede controlar a un padre con el mínimo esfuerzo. Él va intentando cosas que me puedan hacer reír, y cuando lo consigue, esa cosa la repite hasta la saciedad. Yo decidí que me hacía muchísima gracia ver como movía la cabeza de un lado hacia el otro, sacando la lengua y emitiendo a la vez un ruido estúpido —como de persona con pocas luces— simulando que se volvía loco. 
      A la vigesimoquinta vez que lo hizo, empecé a notar que se estaba poniendo blanco, resoplando angustiado, sintiendo que en cualquier momento iba a vomitarme encima debido al mareo que le estaba provocando mover la cabeza como un loco. Entonces decidí que ya podíamos hacer otra cosa, y lo celebré con un par de zurullitos bien formados, que eran mi pasaporte para volver mañana a la guardería

                                           Jorge Drexler. "Todo se transforma"

jueves, 7 de marzo de 2013

El entrenador de los niños del Bronx



      El barrio equivalente al Bronx neoyorquino que nos queda más cerca está a 10 kilómetros de casa y se llama Elizabeth. Coincide que en ese suburbio de Adelaide hay un hospital muy moderno y bien preparado en el cual nací yo hace casi nueve meses: el Lyell McEwan Hospital (Elizabeth Vale).
    Hace unos años que éste suburbio se ha convertido en la zona en donde los refugiados políticos, camorristas, delincuentes del tres al cuarto, padres de menos de 20 años que ya tienen más de 4 hijos, o gente a la que eso de trabajar le parece un invento poco glamuroso y se dedica a vivir de lo que les da el gobierno, o bien de lo que roban al resto de ciudadanos, decidieron vivir en esa zona. Elizabeth es el Bronx de South Australia.
      Y hasta allí ha decidido ir  Capgros para empezar sus nuevos pasos en el mundo laboral. Ya no le llamaré más así, ni calborotas o PT Lorzas, desde hoy será recordado como “el entrenador de baloncesto y fútbol de los futuros delincuentes de South Australia”.
       —Todo el mundo merece una oportunidad para empezar una carrera exitosa en el mundo del deporte, y yo estoy aquí para marcarles el camino y que sean las futuras estrellas del deporte australiano —dijo el otro día El Entrenador a mami, muy serio en su nuevo cometido.
      —Seguro que sí —mami le toco la cabeza, me miró de reojo y levantó las cejas como diciéndome: “Tenemos al nuevo Mourinho en casa, cuidadito Maia”.

                                                           El iPhone es mío


     Los entrenamientos de los futuros delincuentes de South Australia se reparten de la siguiente manera: los martes toca baloncesto en un colegio de Elizabeth Park; y los miércoles toca fútbol en un colegio de Elizabeth Vale. Vamos, las dos barriadas más peligrosas de Elizabeth. El centro del meollo. El núcleo del átomo. La crème de la  crème. No sé si pilláis de qué lugares estoy hablando: el Bronx.
     El primer martes de entreno de baloncesto les tocaba el turno a  los niños y niñas que van de 5 a 8 años. El Entrenador tenía preparados un montón de juegos para que todos los niños pudiesen divertirse y jugar la misma cantidad de tiempo. Los padres chungos de los niños se pusieron al borde de la pista para ver el desarrollo de sus hijos en el juego.
      En un lance divertido y estresante del juego, el hijo de uno de los padres más chungos se cayó al suelo y empezó a llorar desconsolado. Al entrenador de los futuros delincuentes de South Australia le empezaron a temblar hasta los pelos del sobaco.
    “Madre mía, madre mía, que éste me va a pegar hasta en el carnet de conducir”, creo que pensó El Entrenador en ese instante.
   El padre chungo, que llevaba un tatuaje en el hombro que ponía: “Love of Mother”, se acercó al Entrenador y le puso su mano en la espalda:
     —No te preocupes colega, éste séptimo hijo me salió un poco llorica —soltó el padre con el tatuaje de “Love Of Mother”.
      —Ah. Ah.
      
                                                     El Bronx de Adelaide: Elizabeth

      El Entrenador nos contó la historia a mami y a mí nada más llegar a casa y según palabras textuales: “mis pelotas estaban tan encajadas en mi garganta que no me dejaron decir nada más que un estúpido: Ah. Ah. Creo que intenté sonreír y lo único que conseguí fue una mueca muy parecida al momento exacto en que acabas de cagarte en los pantalones. Luego seguí con el entrenamiento”.
      Y el entrenamiento del martes terminó con aplauso general de toda la grada. Los niños de 5 a 8 años se lo habían pasado genial y todos los padres chungos que estaban al borde de la pista felicitaron al nuevo Entrenador de baloncesto de Elizabeth Park.
     Quizás Elizabeth —el Bronx de Adelaide— tenga mala fama inmerecida  y la gente allí no sea tan mala como aparenta. Las apariencias nunca son buenas consejeras, a no ser que seas un político vestido con traje carísimo y vayas  peinado con gomina, huelas a colonia cara y digas que no tienes nada que ver con el robo de 38 millones de euros, “que tú de ese dinero no sabías nada”. O que seas el yerno de un Rey y te dé por quedarte unos millones de euros de más, sin que tu mujer se dé cuenta de nada. Esos son los verdaderos delincuentes de éste mundo. Los quinquis de Elizabeth, con sus tatuajes horrorosos, sus pendientes en la nariz, en la boca o las cejas, sus siete hijos, los porritos de marihuana acompañando a una cerveza en el porche de su casa destartalada, esos pobres, son bastante menos peligrosos.

       Albert Pla y Robe Iniesta. ¿Dónde están mis amigos?

lunes, 4 de marzo de 2013

Barbacoa en casa del jefe



La siguiente historia está basada en barbacoas australianas, cualquier parecido con la cocina española es pura…es imposible compararlas.
            
      El sábado tocaba barbacoa en casa del jefe de mami y no podíamos faltar. Sobre todo yo. El jefe de mami lo dejó claro.
        —No importa si vosotros venís o no, pero la niña tiene que venir.
      Cuando un jefe te dice algo así, no tienes muchas opciones. La barbacoa empezaba a las 5:30 de la tarde, hora en la que yo estoy cenando y tengo medio pie en la bañera y el otro medio a punto de ponerme el pijama para dormir.
      Los padres primerizos discutieron duramente si yo tenía que ir a la barbacoa del jefe de mami o no. Mami no tenía elección:
        —Habrá un montón de gente que quiere conocer a la nena, y no podemos decir que no —dijo mami.
        —No creo que sea bueno para la nena salir tan tarde de casa —dijo Capgros.
        —Es que tenemos que ir. Es algo a lo que no puedo decir que no.
       —¡Me niego completamente a que la niña salga tan tarde de casa! Con lo bien que está durmiendo estos días; vamos a salir a las tantas de la tarde para que la niña lo pase mal y sólo porque les hace gracia verla. ¡Le dices que no podemos ir y se acabó!
      Esto que parece tan definitivo y enérgico lo dijo el calborotas para terminar la discusión. Estaba claro quién manda en casa. Al final, evidentemente, fuimos a la barbacoa.
       
                                                    La estrella naranja o la flor azul
 
      La cosa no fue tan mala como pintaban los padres primerizos. Estar rodeada de gente que te coge en brazos y te dice lo guapa que eres —todo el rato— es agradable. Así que aguanté estoicamente los piropos de chinos, vietnamitas, taiwaneses, franceses con acento australiano y canadienses con acento francés; que no dejaban de repetirme: “lo increíblemente guapa y preciosa” que era. Las verdades son así: sin trampa ni cartón.
     También había una niña de dos años y medio que me cayó muy bien. Se llama Thea (suena “Zía”) y se dejaba tocar la nariz y el pelo por mí cada vez que se acercaba a mi lado. Es gracioso ver cómo los niños que ya caminan (los “Toddler” que llaman aquí) se acercan a mí y me tocan como si fuera una muñeca.   Dentro de unos años, cuando podamos salir de fiesta, seremos rivales en conquistar guapos post-adolescentes que ahora se ríen de nosotras por ser demasiado pequeñas. Pero todo llegará.
      Los padres primerizos se fueron tranquilizando a lo largo de la tarde al ver mi comportamiento. Estaba feliz en mi papel de estrella total de la barbacoa. Repartía saludos a diestro y siniestro, como una princesa de cuento que está esperando que el príncipe se convierta en sapo y pueda jugar con él a ver cuánto salta si le estiro de las patas en el lago que hay al lado de casa. No lo puedo evitar: me gustan los cuentos con giros raros, los que acaban en sorpresa.
                                                      la rana de la barbacoa     

      Las salchichas fueron saliendo de la barbacoa antes de las 8 de la noche. Las copas de vino tinto se vaciaban y mi biberón de agua sabía a queso fundido. Era de noche y mis ojos no sabían si seguir recibiendo piropos o cerrarse para soñar con el sapo de mi cuento. Thea se acercó a mí por última vez y empezó a bailar. Saltaba sin parar y mami me ayudó a saltar junto a ella. Parecíamos dos adolescentes en medio de una pista de baile escuchando la última canción de la noche antes de volver a casa. La calabaza —el coche de los padres primerizos— ya estaba con el motor encendido; el príncipe que buscaba mi beso para convertirlo en sapo me miró a lo lejos y le saludé por última vez.
       —Un día de éstos te doy un beso, te convierto en sapo y jugamos a dar saltos en el lago. ¿Te apetece? —le insinué al príncipe con mi mirada.
      Él se quedó con cara mohína y me dijo que me esperaría el resto de su vida. ¡Qué exagerados son los príncipes cuando se trata de recibir un beso mío! Es lo que tiene ser la estrella de una barbacoa australiana. Es lo que tiene ser tan guapa.

                                    The Doors. Peace Frog.