viernes, 8 de febrero de 2013

El bebé del espejo



      Los padres primerizos llevan meses enfrentándome a cualquier espejo que se me ponga por delante. Ya sea en casa, o en casa de algún amigo, o cuando vamos paseando por un centro comercial, si hay un espejo cerca, salta siempre la misma pregunta:
      —Mira Maia, ¿quién es el bebé del espejo? —suelen preguntarme sin que yo me dé por aludida.
     Los médicos creen que los bebés empiezan a reconocerse como personas propias sobre los 18 meses. Una prueba definitiva para saber si el bebé ya se reconoce consiste en poner una pequeña pegatina en su frente para que se vea en el espejo. Si busca la pegatina en su propia frente, es que ya tiene conciencia de sí mismo; si pasa totalmente de la pegatina, pues es lo otro; vamos que todavía no se reconoce y cree que lo que está viendo en el espejo es a otro bebé que tiene una pegatina estúpida en su cabeza. O hasta puede preguntarse: ¿qué hace un bebé hindú delante de mí imitando mis movimientos? 
      Pero los padres primerizos se creen que ya puedo ver mi imagen reflejada y que me reconozco en el espejo. Lo que no saben es que en realidad soy capaz de ver el mundo que hay detrás del espejo. Cada espejo tiene su mundo interior y sólo los bebés preparados, como yo, somos capaces de adentrarnos en ese mundo. Suena a ciencia ficción, pero está científicamente probado. Preguntádselo a cualquier bebé de entre  4 a 10 meses, y ya veréis lo que os explica de sus experiencias del mundo interior del espejo.

                                                    mirando dentro del espejo

     La otra mañana me plantaron delante del espejo del baño de casa. Me sujetaron por los brazos, me acercaron hasta que mi cara casi tocaba el espejo y me asomé al mundo interior del espejo. ¿Y qué fue lo que vi? Ahora os lo cuento.
         Estaba dentro de una sala gigante con un montón de puertas blancas; parecía la sala de espera de un hospital vacío. Encima de cada puerta había un rótulo con algo escrito que no conseguía leer. Tenía que acercarme un poco más, así que fui caminando (en el mundo que hay dentro de los espejos, ya puedo andar) y pude leer qué ponía en una de esas puertas blancas: “Maia Política”. ¿Lo qué? Leí el rótulo de la siguiente puerta: “Maia Funcionaria”. No sé qué demonios quería decir eso, así que seguí caminando hacia otra puerta. “Maia Estudia FP”. ¿Cómo? Me estaba empezando a poner nerviosa. Seguí caminando hasta otro pasillo. “Maia Modelo de Pasarela”, ponía en otra. En la puerta de al lado el rótulo decía: “Maia Científica”. De repente me di cuenta de lo que significaba cada letrero. Dentro del espejo del baño de invitados de casa estaban las puertas de mi futuro. Era cuestión de abrir una de esas puertas y ver cómo sería mi futuro. Seguí caminando para ver más posibilidades: “Maia Camionera”. “Maia Estibadora del puerto de Vigo”. A cada paso por la sala gigante mi futuro se ponía mucho peor. “Maia Adivinadora del futuro mirando el poso del café”. ¡Aaaahhh! No podía convertirme en ninguna de esas cosas. Bordee el ala derecho de la sala y me metí en un pasillo estrecho. “Maia Voz de El Monstruo de las Galletas en Barrio Sésamo”. “Maia James Bond”. En serio. Tanto iba a cambiar el personaje que el próximo James Bond iba a ser yo. ¿Y el chico Bond iba a salir de la playa con bañador sexy?
          Mientras los padres primerizos me tuviesen frente al espejo yo podía ver mis posibilidades de futuro. Me acerqué a una puerta y sin leer el rótulo que había encima, la abrí.
          —Vamos Maia, se acabó lo de mirarse en el espejo; que ya sabemos que te empiezas a reconocer. Ahora toca desayunar —la voz de Capgros nunca sonó tan insoportablemente inoportuna. Tenía que esperar a saber mi futuro la próxima vez que me pusieran delante de ese espejo del baño de casa.

                                                 cosas de los espejos (Magritte)

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