Quedaos con
éste dato: Mami se tomó dos copas de vino espumoso en la fiesta de compromiso. Luego
vuelvo al dato. Y al vino.
Según investigaciones que he
realizado en los últimos 7 meses (menos un día), el recorrido de las comidas y
bebidas que mami ingiere, tardan 8 horas en llegar a mi cuerpo. Las moléculas
de alcohol se enlazan con la leche materna, en un enlace covalente de alta
graduación, y pasan a mi cuerpo en todo su esplendor. Lo que sucede después, es
sólo culpa de la imprudencia de los padres primerizos. Y eso que mami se ha
portado muy bien desde que nací; hasta la fiesta de compromiso.
—¿Tú crees que la nena va a notar
las copas de vino que me he tomado, cuando le dé la teta por la mañana? —le
preguntó mami al calborotas cuando llegaron a casa.
—No creo que la nena se entere si
has tomado vino o no —.Ahí queda plasmada la sabiduría del calborotas.
Pues me enteré.
Por la mañana, me desperté con un
dolor de cabeza insoportable. Tenía hambre, y necesitaba urgentemente la toma de
las siete de la mañana. Les avisé con mi grito de guerra de que ya estaba
despierta:
—Eeeehhheeeeh —mi hache suena en Do
sostenido.
con mis gafas de sol contra resacas indeseadas
El sonámbulo de poco pelo apestaba a
cerveza barata. Me cogió en brazos y me llevó hasta la teta de mami. Los ojos
despintados de mami lo decían todo. Estaba ante un panorama de resaca monumental,
que nunca había visto. Me acerqué al pezón con cierto miedo. Succioné con
fuerza. A la segunda gota de leche, noté algo extraño en la cabeza y empecé a
mover los brazos como una loca pidiendo su medicación. Había pillado mi primer
puntillo de vino espumoso y notaba el subidón en mi cuerpo.
¿Queréis emborracharos como piojos y
que yo no tenga resaca? ¡Pues pedir una coca cola zero, nenos!
Las siguientes tres horas no paré de
dar el coñazo. Me reía, lloraba, tenía ganas de saltar, de cantar, de dar
volteretas por el sofá, de hacer el pino. Los pobres padres primerizos no
sabían qué hacer conmigo.
—¿Deben ser las dos copas de vino de
anoche? —soltó mami con sabiduría.
—No. Eso son los dientes, que le
están a punto de salir —otro pelo de sabiduría que cae al suelo—. Le tendríamos
que dar un poco de Panadol.
Los padres primerizos siguen
pensando que cada vez que me da por hacer algo raro, como llorar, es porque mis
dientes están a punto de salir. Y que el Panadol es la solución para todo.
Cuando las moléculas de alcohol habían
casi desaparecido de mi cuerpo, la entrada en acción de las gotas del Panadol hicieron
que me reanimase. “!Subidoooooonnnn!”, pensé, mientras me reía como la loca de
antes, a la que habían dado una pastilla de color equivocado.
No estaba nada mal la mezcla del
vino con el paracetamol. Movía los brazos haciendo el helicóptero, y los pobres
padres primerizos no sabían qué hacer conmigo. Me dejaron en la cuna, con Agú,
que me miró asustado. La cabeza me pesaba como un globo metálico. Hablé como
una cotorra, y no sé qué le conté al pobre Agú, pero se agarró a los barrotes
de la cuna, y se tapó la cara con su capa azul, durante el resto de la noche.
El dato: si das el pecho, no bebas
vino espumoso. Ni conduzcas. Para todo lo demás: Panadol.
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