miércoles, 6 de febrero de 2013

Cuatro días en Perth



      Cuando los padres primerizos cerraron la última maleta y la metieron en el maletero del coche, me planteé si estaba viviendo una realidad paralela. Si el sueño de esa noche me había transportado hasta un país europeo cualquiera, y yo formaba parte de una familia marroquí, que después de estar viviendo unos años lejos de su hogar, tenía que llevarse todas sus pertenecías para regresar a casa. Pero no.
       Éramos los mismos de siempre: mami, Capgros y yo. Todos metidos en un coche repleto de maletas, bolsas de viaje, carritos, cápsulas para coches y comida congelada, para pasar 4 días en Perth.
       Suspiré y me relajé. Capgros no estaba relajado; se dio cuenta que la idea de dejar el coche aparcado en el parking de Larga Estancia era un error. El aparcamiento del aeropuerto de Adelaide nos quedaba demasiado lejos de la terminal de vuelos nacionales, pero ya no podíamos dar marcha atrás. Teníamos 30 minutos antes de hacer el Check In. Capgros se puso a correr como nunca para poder embarcar a tiempo. Mami me agarró fuerte y me llevó dando botes por los alrededores de la Terminal. Ha sido la vez que me he sentido más canguro en mi vida. Un show.
      Pero llegamos a tiempo. Sudorosos y apestando a chamusquina, llegamos a Perth. La tía Eva nos recogió en el aeropuerto y nos llevó hasta la casa de Miguel, Lucía y su bebé Zoe.
         Los cuatro padres primerizos se pasaron la tarde compartiendo experiencias paternales, mientras la tía Eva y Elliot jugaban con nosotras.
       Las dos horas y media de diferencia horaria entre Perth y Adelaide me trastorno un poco. Mi rutina dormilona me dejaba bien claro que tenía que ponerme a dormir a las 7:00 pm (hora de Adelaide), mientras que en Perth todavía eran las 4:30 pm (-2:30 horas). Así que me tocaba dormir a esas horas intempestivas de la tarde y no me quejé. Cogí a Agú por la pechera y le dije.
         —¿Qué éstos quieren que me vayan a dormir a éstas horas? Pues ya verán mañana —le solté a Agú, que sonrió cómplice.   
 
                                  Maia en la playa de Perth
       
       Mi venganza llegó a las 3:30 de la madrugada. Para mi eran las 6:00 am, así que ya me podía despertar. Y me dio por reír, por hablar por los codos, por jugar con Agú, por dar gritos y despertar a toda la casa. Me lo pasé en grande. Zoe se apuntó al festival y dejó la habitación de sus padres primerizos marcada por una explosión de caca. Los bebés la estaban liando parda. Pero parece ser que cuando te conviertes en padre primerizo, una de las cosas que te sobra es paciencia. Una tonelada de paciencia. Así que nadie se quejó y todos estábamos preparados para irnos a la playa.
      Era mi primer contacto con la playa. La miré con respeto y me acerqué todo lo sigilosa que me permitió mami. La playa es como una piscina, pero a lo bestia. Me preguntaba si el agua de la playa también tendría cloro. Si tendría poderes mágicos beberse un poco de agua de mar. No pude probarla porque estaba demasiado fría y mami no quería que me constipase más de lo que ya estaba. Así que la tendré que probar en otra ocasión.           
       La siguiente noche volví a despertarme a eso de las 4:00 am. Zoe estaba conmigo (en los brazos de su padre) y les permitimos a los padres primerizos que se fuesen a desayunar a un sitio cool. Es lo bueno que tiene madrugar, que no te hace falta reservar mesa para ir a los sitios molones. Llegas a las 6:30 de la mañana a la puerta del local y seguro que tienes mesa. (De nada, papis primerizos).
            Los días en Perth se acababan y mi comida congelada seguía sin terminarse. No me dejaron probar un bocado del jamón rico que había comprado Eva, ni de la carne rica que habían cocinado en la barbacoa. Tenía que seguir con el puré de vaca vieja y  calabaza.
            La vuelta a casa fue más tranquila. Sin carreras por la terminal, ni sudores fríos; pero con la misma sensación de formar parte de una familia marroquí que vuelve al  país europeo del que se marcharon antes, porque las cosas en el suyo siguen sin funcionar bien. 

                                      Los padres primerizos con sus bebes y la tía Eva

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