Cuando los
padres primerizos cerraron la última maleta y la metieron en el maletero del
coche, me planteé si estaba viviendo una realidad paralela. Si el sueño de esa
noche me había transportado hasta un país europeo cualquiera, y yo formaba
parte de una familia marroquí, que después de estar viviendo unos años lejos de
su hogar, tenía que llevarse todas sus pertenecías para regresar a casa. Pero
no.
Éramos los mismos de siempre: mami,
Capgros y yo. Todos metidos en un coche repleto de maletas, bolsas de viaje, carritos,
cápsulas para coches y comida congelada, para pasar 4 días en Perth.
Suspiré y me relajé. Capgros no
estaba relajado; se dio cuenta que la idea de dejar el coche aparcado en el
parking de Larga Estancia era un error. El aparcamiento del aeropuerto de
Adelaide nos quedaba demasiado lejos de la terminal de vuelos nacionales, pero
ya no podíamos dar marcha atrás. Teníamos 30 minutos antes de hacer el Check
In. Capgros se puso a correr como nunca para poder embarcar a tiempo. Mami me
agarró fuerte y me llevó dando botes por los alrededores de la Terminal. Ha
sido la vez que me he sentido más canguro en mi vida. Un show.
Pero llegamos a tiempo. Sudorosos y
apestando a chamusquina, llegamos a Perth. La tía Eva nos recogió en el
aeropuerto y nos llevó hasta la casa de Miguel, Lucía y su bebé Zoe.
Los cuatro padres primerizos se
pasaron la tarde compartiendo experiencias paternales, mientras la tía Eva y
Elliot jugaban con nosotras.
Las dos horas y media de diferencia
horaria entre Perth y Adelaide me trastorno un poco. Mi rutina dormilona me
dejaba bien claro que tenía que ponerme a dormir a las 7:00 pm (hora de
Adelaide), mientras que en Perth todavía eran las 4:30 pm (-2:30 horas). Así
que me tocaba dormir a esas horas intempestivas de la tarde y no me quejé. Cogí
a Agú por la pechera y le dije.
—¿Qué éstos quieren que me vayan a
dormir a éstas horas? Pues ya verán mañana —le solté a Agú, que sonrió cómplice.
Mi venganza llegó a las 3:30 de la
madrugada. Para mi eran las 6:00 am, así que ya me podía despertar. Y me dio por
reír, por hablar por los codos, por jugar con Agú, por dar gritos y despertar a
toda la casa. Me lo pasé en grande. Zoe se apuntó al festival y dejó la
habitación de sus padres primerizos marcada por una explosión de caca. Los
bebés la estaban liando parda. Pero parece ser que cuando te conviertes en
padre primerizo, una de las cosas que te sobra es paciencia. Una tonelada de
paciencia. Así que nadie se quejó y todos estábamos preparados para irnos a la
playa.
Era mi primer contacto con la playa.
La miré con respeto y me acerqué todo lo sigilosa que me permitió mami. La playa
es como una piscina, pero a lo bestia. Me preguntaba si el agua de la playa
también tendría cloro. Si tendría poderes mágicos beberse un poco de agua de
mar. No pude probarla porque estaba demasiado fría y mami no quería que me
constipase más de lo que ya estaba. Así que la tendré que probar en otra
ocasión.
La siguiente noche volví a
despertarme a eso de las 4:00 am. Zoe estaba conmigo (en los brazos de su
padre) y les permitimos a los padres primerizos que se fuesen a desayunar a un
sitio cool. Es lo bueno que tiene madrugar, que no te hace falta reservar mesa
para ir a los sitios molones. Llegas a las 6:30 de la mañana a la puerta del
local y seguro que tienes mesa. (De nada, papis primerizos).
Los días en Perth se acababan y mi
comida congelada seguía sin terminarse. No me dejaron probar un bocado del
jamón rico que había comprado Eva, ni de la carne rica que habían cocinado en
la barbacoa. Tenía que seguir con el puré de vaca vieja y calabaza.
La vuelta a casa fue más tranquila.
Sin carreras por la terminal, ni sudores fríos; pero con la misma sensación de formar
parte de una familia marroquí que vuelve al país europeo del que se marcharon antes, porque
las cosas en el suyo siguen sin funcionar bien.
Los padres primerizos con sus bebes y la tía Eva
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