jueves, 29 de noviembre de 2012

La banda de La Otra



Se acabó el misterio. Ya sabía quién era la que se quería adueñar de mi territorio en mi ausencia. La Otra había sido una vieja gloria de la televisión que ya no hacía nada. Había perdido el calor de los niños, por empalagosa y demasiado azucarada. Su voz de pito, sus vuelos estúpidos siempre al mismo lugar, ya no hacían gracia a nadie. La Otra se pasaba el día estirada en la cama, dando órdenes al grupo de juguetes a los que yo no hacía caso. Su cara de no haber roto nunca un plato y esa sonrisa estúpida de estrella de la televisión, me tenían que haber indicado antes, que algo no iba a funcionar bien a su lado. Siempre acompañada por su fiel amigo, zumbándole alrededor, como un perro faldero, chupando los restos de flores que ella no quería. Estaba claro quién era La Otra.

                                          el día que jugué con La Otra

La Abeja Maya pensaba que la coincidencia de nuestros nombres nos iba a hacer inseparables. Que íbamos a dormir juntas cada noche, que le iba a contar mis secretos y la iba a llevar conmigo a todos los sitios. Pero el único día que jugué con ella, me aburrí y la dejé de lado. Hablaba sólo ella: de sus días de éxito, de sus noches de fiesta, de sus infinitos novios, abejorros podridos de panales de miel, que le saciaban en todo lo que ella quería. Su colección de magnolias y orquídeas, sus viajes por los mejores bosques del mundo...un auténtico coñazo de personaje que no me aportaba nada.
“La Abeja Maya se ha convertido en una abeja malvada y malhumorada”, dijo el patito de goma.
“No le gustó nada que la dejases de lado, Maia. Se pasa el día con esa sonrisa permanente…, da tanto miedo”, soltó Owlie.
“Y luego está su compinche, el lerdo soplagaitas de Willy; se le nota que su vida ha estado marcada por excesos de azúcar. Demasiadas drogas…”
“Libe, no te pases; ser un soplagaitas no debería ser algo malo. ¿Has escuchado alguna vez soplar una gaita?, listillo. Una gaita es el instrumento más bello que existe. Está al mismo nivel de la pandereta y la botella de anís del mono”, le dije, sacando mi vena de humor gallego.
“Lo ha perdido todo. Tuvo que vender sus panales en Suiza y la Selva Negra para pagar sus vicios y no quedarse tirada en cualquier parque del extrarradio. El éxito le ha hecho mucho daño”, Pajarruqui nos dio información que tampoco necesitábamos.
Lo que de verdad me interesaba saber era qué estaba pasando. Quiénes eran sus compinches y de qué manera estaban fastidiando a mis juguetes.

                                           un elefante no puede tener esa cintura...

Agú tomó la iniciativa y me dio la lista completa de los juguetes que acompañaban a la abeja.
“Esta el pato sin corazón, ése que tiene un agujero en el pecho, un don nadie. El ciempiés de 4 pies; un tarado que va perdiendo patas por donde pasa. La mariquita del cascabel insoportable, una pedorra sin gracia,  y su prima,  la oruga miedosa, esa que le tiras de la cuerda y empieza a temblar: creo que no ha jugado contigo ni medio minuto. Y los peores vienen ahora:
El Elefante vigoréxico, el que parece una sílfide atlética de cintura de avispa; pues ése se está dedicando a entrenar al resto con métodos salvajes. Creo que le llaman “Crossfit” o algo así.  Es como el calborotas, un entrenador personal, pero sin lorzas alrededor. Y por último, el sopla…mocos de Willy; que no hace nada, pero está siempre a su lado, para lo que sea”.
La lista de Agú me dejó claro una cosa: esos juguetes no volverían a fastidiarme nunca más.


martes, 27 de noviembre de 2012

Descubriendo a La Otra



El reloj del microondas marcaba las 5:20 de la tarde. Era hora de cenar. La guía estricta que llevan los padres primerizos se rige por los números que marca ese aparato, aunque a esas horas lo lógico sería ver Barrio Sésamo o comerse un bocadillo de Nocilla, a mí me toca cenar. Mis juguetes titulares no pudieron contarme qué estaba sucediendo en casa y se quedaron en un rincón a esperar.
Los padres primerizos me sentaron en el sofá, me pusieron un babero alrededor del cuello y empezaron a atiborrarme de zanahoria y calabacín. El postre me empezaba a aburrir: otra vez pera y manzana ligeramente aguada. El tiempo tenía que pasar más rápido. 

                                      comiendo rápido la puñetera verdura
“Poned que son las 6:30 en el reloj; así sólo me quedará el baño, el cuento del calborotas y a dormir”, les mandé hacer a los juguetes. El caballo Tallarín y el misterioso caballero de la armadura de fieltro morado, se acercaron al microondas para adelantar la hora. Mami se acercó a la cocina cinco segundos después de que concluyese la misión de Tallarín y miró el reloj.
“¡Neno, es tardísimo! Acaba de darle la fruta, ¡que hay que bañar a la niña, ya!”.
Mi plan funcionaba: ya quedaba menos para saber quién era La Otra.

                                           mi nuevo look de bañera
El patito de goma amarillo estaba conmigo en la bañera. Podía haberme soplado algo antes de tiempo, pero al calborotas entrenador de viejunos le había dado hoy por meter al pato debajo de la bañera, llenarlo de agua y hacérsela salir a presión sobre mi cara.
Algo extremadamente gracioso que me llenó los ojos de espuma.
Al poco rato llegó el momento del cuento. Aguanté el tipo y lo escuché.
“Erase una vez…”, esas fueron las únicas palabras que le oí decir. Desconecté, puse cara de “me lo estoy pasando pipa con tu cuento, chaval” y miré a Owlie, que me dio a entender que todos estaban en la habitación. Ya sólo faltaba tomarme el chupito de leche, que cada noche me daba mami, y a dormir. Le duré dos chupetones. Me hice la dormida y me colocó con delicadeza en la cuna.
“Buenas noches, mi niña. Te quiero. Que duermas bien. Hasta mañana”. Yo también quiero a mami, pero hoy no había tiempo que perder.
Cogí a Agú por la capa y le pregunté qué narices estaba pasando.
“Yo no sé nada. Si me paso el día a tu lado”, me soltó Agú con la voz temblorosa.
Miré a Owlie para que me lo contara:
“Mira Maia, las cosas se han ido torciendo desde aquel día que la dejaste de lado. Este tipo de juguetes, ya sabes, son un poco…”
“¡Vamos Owlie, neno, tira a portería y dime quién narices es! No menees más la pelota”, le repliqué a la lechuza.
“Yo soy como el Barça Maia; el gol llegará tarde o temprano, y si además, puedo hacerlo bonito y entretenido, pues mucho mejor”
“Si, pero hoy necesito un tipo de juego más directo, más de “patadón parriba”, más a barraca; ¿lo pillas?, necesito saberlo ya”, parecía uno de esos tipos que van a los bares los lunes por la mañana, quejándose de lo mal que estaba jugando su equipo, sujetando un carajillo de Soberano en la mano.
“¿Y no te imaginas quién puede ser?”, soltó Libe desde la barandilla de la cuna.
“Es el calborotas, ¿no?, que se ha comprado una peluca pelirroja, se la pone cuando está solo con vosotros, se pinta la raya del ojo y os dice que sois “muy muy malos” y os da azotes en el culo…¡por favor, chicos, dejaos de marearme!”
Pajarruqui se acercó lentamente a mí,  puso su pico en mi oído y me dijo, sin más, el nombre de La Otra.

sábado, 24 de noviembre de 2012

La rebelión de los juguetes reserva



La idea del nuevo baile estaba clara, ahora sólo faltaba pulirla y ponerla en práctica. Las horas de sueño son sagradas para que las neuronas trabajen. Así que dejé que la cuidadora me metiese en la cuna y empecé a crear el baile del canguro y el koala durmiendo un rato. Pero antes tenía que arreglar un par de cosas.
“Chicas, hay que pensar en un nombre para el baile. Lo de El Canguro y el Koala me parece demasiado largo. Tú, busca un nombre. Y tú, quiero la canción más especial para nuestro baile. Poneos manos a la obra”, les dije a las chicas con autoridad, antes de meterme en la cuna.
Amelie se puso a buscar un nombre. Amaya empezó a pensar qué canción le iría mejor. Yo tenía que buscar unos pasos de baile atractivos y chocantes para que el baile de El Coreano dejase de ser lo más cool de la guardería.
Quedamos en hablar el próximo día en la zona de juguetes rotos a las 2:00 pm. A esa hora, El Coreano habría terminado su tercera sesión de baile y estaría cansado. Kooper seguiría llorando. La repipi de las coletas abrazaría a una Barbie de pechos operados y la rubita del pañal apretado se iría a vomitar la comida que le acabasen de dar las cuidadoras. Amaya había lanzado el cotilleo de que se le estaba poniendo cara de pan de kilo y eso era algo que la rubita de pañal apretado no soportaba. Estaba pasando una época de anorexia necesaria. 

                                                 jugando con Libe

El baile me quitaba un montón de tiempo en mi cabeza. En casa, las cosas se estaban empezando a poner difíciles entre mis juguetes favoritos y el resto. Existe una serie de juguetes que están en el banquillo y no juegan nunca. Soy una entrenadora dura y para jugar conmigo tienes que ser el mejor en tu puesto. No hay amistoso que valga, ni Copa del Rey o torneos de verano; todos los días son como una final de la Champions League. Si quieres jugar con Maia, lo tienes que dar todo. Aquí juega el que yo decido. 
El resto, al banquillo.
Libe vino a recibirme volando para contarme que estaba pasando.
“Maia esto es un desastre... La Otra está tomando el control de la situación y nos tiene esclavizados”, me dijo Libe sin darme tiempo a cambiarme el pañal.
Pajarruqui se acercó respirando con dificultad: “Es como estar en guerra…nos están preparando para una guerra contra ellos…”, dijo resoplando.

                               Pajarruqui y su excelsa sabiduría tan difícil de entender

No entendí muy bien lo que Pajarruqui me quería decir, su excelsa sabiduría inútil muchas veces se me escapaba.
El patito de goma amarillo salió del baño y me dejó aún más intrigada.
“Maia, o vuelves a estar por nosotros y dejas de pensar en ese baile, o La Otra se va a adueñar de todo. Tienes que hacer algo, y rápido”.
Tanta información en tan poco tiempo me agobió. ¿Qué estaba pasando con mis juguetes? ¿En qué guerra nos estábamos metiendo? Y sobre todo: ¿Quién demonios era La Otra?

jueves, 22 de noviembre de 2012

Tres días de guardería (Segunda Parte: El Baile Aussie)



La idea me saltó a la cabeza como un piojo. Me picó y se la conté a Amelie rascándome el cogote.
“Les vamos a hacer Castillos Humanos: Seremos Los Castellers de Mawson Lakes”.
Amelie flipó en colores y esperó que le siguiese contando de qué iba eso de Los Castellers.
Un Castillo Humano o “Castell”, es una torre humana de varios pisos de altura que se viene construyendo tradicionalmente en Catalunya, desde hace más de doscientos años. Leí la entrada de la Wikipedia y le enseñé un par de fotos.
“Molaría hacer ese Pilar de 8 amb folre i manilles”, les dejaría boquiabiertos”, soltó Amelie totalmente convencida de la idea.
Dejé que mis neuronas de la creatividad trabajasen: Las cuidadoras podrían hacer de cama en el caso de que el Castell se cayese. Como están todas bastante gordas, la posible caída sería menos dolorosa. Debajo se pondrían los bebés más mayores: el chino, que ya había dejado de ser simpático y ahora era el BFF de El Coreano, la repipi de las coletas y la rubita del pañal apretado. Luego vendrían el resto de bebés. Entre ellos estaba Kooper; el chulito del suburbio más cutre de la zona norte. Es guapete y tiene el pelo pincho, de malote, que tanto nos gusta a Amelie y a mí, pero es demasiado llorón. En este mundo no se puede ser quillo y pasarse el día llorando. Se lo he dicho más de una vez. “Kooper, neno, tus padres van a volver. Lo sé que es duro, que echas de menos a tus juguetes, pero tienes que aguantar”, le dije el viernes.
El resto de manada se dejaría llevar. 

                              ideando la estrategia para conquistar a la manada

Mientras seguía contando mi idea de los Castellers a Amelie, de repente escuché una voz que me cortó la creatividad en seco:
“Tenéis que hacer algo australiano al 100%. Aquí todos somos Aussie. Dejaros de chorradas multiculturales. No sirven para nada”.
La voz de Amaya surgió del fondo de la clase. Estaba estirada junto a los juguetes de goma sujetando la cabeza de un payaso que había perdido la sonrisa. A pesar del nombre, Amaya era más Aussie que nosotras dos juntas. Sus dos padres lo eran, cosa que no podíamos decir ni Amelie (madre francesa), ni por supuesto yo: mami gallega y calborotas charnego-catalán.
Amaya es un poco oscurilla y tiene nuestra edad (bueno es dos semanas más vieja que yo, que conste en acta). A pesar de las apariencias, parecía buena nena y había que tenerla de nuestra parte.
“¿Y qué recomiendas que hagamos?”, le pregunté.
“Hay que atacarles con un baile original. 100% Australiano”, contestó ella acariciando el pelo naranja del payaso sin sonrisa.
“Tenemos que hacer algo con animales”, dijo Amelie mientras sujetaba un koala de plástico en una mano y un canguro de goma en la otra.
Los juguetes que tenía Amelie en las manos me dieron la respuesta.
“¡Ya lo tengo! Quieren algo Aussie, pues lo van a tener. Chicas, nos vamos a inventar “El Baile del Canguro y el Koala”, les dije a mis dos amigas.
La venganza contra El Coreano no había hecho más que empezar.

artista 100% Aussie.  Mi inspiración para crear el baile del canguro y el koala. 12:05 de música brutal: para mear y no echar gota