Ya nunca
coincidimos con los mismos bebés en las clases de piscina. Se supone que tus
padres eligen un día de la semana: por ejemplo, todos los domingos de 11:30 a
12.00, y ese día estarás tú con tus amigos de la clase de piscina desde que
tienes 4 meses hasta que cumples el año y medio. Pero con los padres primerizos
eso no pasa. Las tres últimas semanas hemos ido a la piscina: un jueves de 5:00
a 5:30, un sábado de 9:00 a 9:30 y el pasado domingo de 9:00 a 9:30. Y en esa
clase me quiero detener.
Mi piscina de Parafield Gardens
Llegamos a la piscina de Parafield
Gardens dos minutos antes de las nueve de la mañana. La semana pasada estuvo mami
en el agua, con lo cual esta semana era el turno de Matusalén. Eché un vistazo
al resto de bebés: tres bebés calvos, una niña que se pasaría la clase comiéndose
mocos y un niño aborigen, de mirada profunda. El niño aborigen me mira y me
sonríe. Intento desobedecer las órdenes de la instructora y me escabullo de
Matusalén. Bebo un traguito de cloro, que mezclado con el complejo vitamínico
de ésta mañana, me hace sentir una sensación extraña. El niño aborigen me
vuelve a mirar. Tiene el poder de leer mi mente y yo la suya. Flipo.
—Hola —me dice a través de su mente.
—Hola, ¿el cloro mezclado con el
complejo vitamínico? —pregunto yo.
—Si, el cloro y la Vitamina D juntos
hacen milagros.
—¡Qué gran mezcla!
—Sí. Grande. ¿Te apetece vivir 24
horas de mi vida y que yo viva la tuya? —me pregunta de sopetón.
—¿En serio? Vamos a ello, ¿qué hay
que hacer? —le digo en plan aventurera.
Antes de la inmersión final
Mientras la clase sigue bajo una
normalidad aparente, el niño aborigen me explica qué tenemos que hacer para que
mi mente esté dentro de su cuerpo durante 24 horas.
—En el momento en que nos toque
sumergirnos, nos miramos a los ojos; nos guiñamos tres veces el ojo derecho,
nos tiramos un pedo y con las burbujas que suban desde nuestro bañador, hacemos
el símbolo de Star Trek con las dos manos. ¿Entendido?
—Pero, ¿todo a la vez? No serán
demasiadas cosas para tan poco tiempo de inmersión.
—Confía en tu rapidez, que yo confío
en la mía.
—¿Y cuánto dura el hechizo o lo que
sea esto?
—Esto se llama: “Transposición del
alma mental”. Es algo que llevamos haciendo los aborígenes australianos desde
hace siglos.
—Guau. Suena mogollón de
apasionante…pero, ¿y yo cuándo vuelvo a mi cuerpo? —le pregunto al niño
aborigen de mirada profunda.
—Tu alma y tú mente se trasladan a
mi cuerpo durante unas 24 horas. Cuando te despiertes mañana todo habrá vuelto
a la normalidad. Confía en mí.
La instructora de la piscina nos
cortó el rollo mental del alma para explicar el siguiente ejercicio. Tocaba
inmersión. Mis manos estaban practicando el símbolo de Star Trek, mis
intestinos creaban pedetes burbujeantes que esperaban su turno para salir en el
instante preciso; mis pestañas no tenían rímel, pero seguían siendo las más
largas de la piscina.
—A la de tres, toca sumergirse, ¿de
acuerdo? Una, dos y…tres —soltó la instructora.
Busqué al niño aborigen antes de
sumergirme y ya en el interior del agua nuestros ojos se cruzaron.
“Guiño, guiño, guiño; pedete fuera y
entre sus burbujas el símbolo de Star Trek”, mi cabeza y mi cuerpo ejecutaron a
la perfección lo que el niño aborigen me había explicado. ¡Lo habíamos logrado!
Una espiral en forma de burbujas gigantes se interpuso entre nosotros. Mi mente
flotaba a través de la espiral de burbujas y se introdujo en el cuerpo del niño
aborigen.
Hola, me llamo Daku y soy aborigen.
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