lunes, 15 de abril de 2013

La piscina y el aborigen



      Ya nunca coincidimos con los mismos bebés en las clases de piscina. Se supone que tus padres eligen un día de la semana: por ejemplo, todos los domingos de 11:30 a 12.00, y ese día estarás tú con tus amigos de la clase de piscina desde que tienes 4 meses hasta que cumples el año y medio. Pero con los padres primerizos eso no pasa. Las tres últimas semanas hemos ido a la piscina: un jueves de 5:00 a 5:30, un sábado de 9:00 a 9:30 y el pasado domingo de 9:00 a 9:30. Y en esa clase me quiero detener. 

                                           Mi piscina de Parafield Gardens

      Llegamos a la piscina de Parafield Gardens dos minutos antes de las nueve de la mañana. La semana pasada estuvo mami en el agua, con lo cual esta semana era el turno de Matusalén. Eché un vistazo al resto de bebés: tres bebés calvos, una niña que se pasaría la clase comiéndose mocos y un niño aborigen, de mirada profunda. El niño aborigen me mira y me sonríe. Intento desobedecer las órdenes de la instructora y me escabullo de Matusalén. Bebo un traguito de cloro, que mezclado con el complejo vitamínico de ésta mañana, me hace sentir una sensación extraña. El niño aborigen me vuelve a mirar. Tiene el poder de leer mi mente y yo la suya. Flipo.
       —Hola —me dice a través de su mente.
       —Hola, ¿el cloro mezclado con el complejo vitamínico? —pregunto yo.
       —Si, el cloro y la Vitamina D juntos hacen milagros.
       —¡Qué gran mezcla!
       —Sí. Grande. ¿Te apetece vivir 24 horas de mi vida y que yo viva la tuya? —me pregunta de sopetón.
       —¿En serio? Vamos a ello, ¿qué hay que hacer? —le digo en plan aventurera.


                                               Antes de la inmersión final
      Mientras la clase sigue bajo una normalidad aparente, el niño aborigen me explica qué tenemos que hacer para que mi mente esté dentro de su cuerpo durante 24 horas.
       —En el momento en que nos toque sumergirnos, nos miramos a los ojos; nos guiñamos tres veces el ojo derecho, nos tiramos un pedo y con las burbujas que suban desde nuestro bañador, hacemos el símbolo de Star Trek con las dos manos. ¿Entendido?
        —Pero, ¿todo a la vez? No serán demasiadas cosas para tan poco tiempo de inmersión.
        —Confía en tu rapidez, que yo confío en la mía.
        —¿Y cuánto dura el hechizo o lo que sea esto?
    —Esto se llama: “Transposición del alma mental”. Es algo que llevamos haciendo los aborígenes australianos desde hace siglos.
      —Guau. Suena mogollón de apasionante…pero, ¿y yo cuándo vuelvo a mi cuerpo? —le pregunto al niño aborigen de mirada profunda.
      —Tu alma y tú mente se trasladan a mi cuerpo durante unas 24 horas. Cuando te despiertes mañana todo habrá vuelto a la normalidad. Confía en mí.                                        
      La instructora de la piscina nos cortó el rollo mental del alma para explicar el siguiente ejercicio. Tocaba inmersión. Mis manos estaban practicando el símbolo de Star Trek, mis intestinos creaban pedetes burbujeantes que esperaban su turno para salir en el instante preciso; mis pestañas no tenían rímel, pero seguían siendo las más largas de la piscina.  
      —A la de tres, toca sumergirse, ¿de acuerdo? Una, dos y…tres —soltó la instructora.
      Busqué al niño aborigen antes de sumergirme y ya en el interior del agua nuestros ojos se cruzaron.
      “Guiño, guiño, guiño; pedete fuera y entre sus burbujas el símbolo de Star Trek”, mi cabeza y mi cuerpo ejecutaron a la perfección lo que el niño aborigen me había explicado. ¡Lo habíamos logrado! Una espiral en forma de burbujas gigantes se interpuso entre nosotros. Mi mente flotaba a través de la espiral de burbujas y se introdujo en el cuerpo del niño aborigen.  
      Hola, me llamo Daku y soy aborigen. 
   
       
           

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