viernes, 14 de diciembre de 2012

Magú y los Guerreros del Wasabi



            Magú tiene la misma mirada inocente que su hermano. Un tacto suave, brazos tiernos y orejas redondas. Le falta la capa azul y lleva un jersey a rayas grises que parece el traje oficial de una prisión de alta seguridad. Eso fue lo que le pregunté cuando el calborotas me lo dio para dormirme.
            —¿Tú tienes un pasado oscuro, verdad Magú?
            Magú no contestó nada, dejó que le comiese el brazo derecho, la oreja izquierda  y al rato me preguntó si podrían subir sus amigos a la cuna. Los otros muñecos que habían viajado con él hasta llegar a casa. No tenía demasiado sueño, así que no me importaba demasiado escuchar historias.
            Magú me explicó cómo se tuvo que marchar de la última casa problemática en la que había estado. Aguantaba los golpes y maltratos de un bebé que no lo quería para dormir, lo quería para arrancarle los brazos y las piernas.
            —Yo también tenía una capa azul, pero aquel demonio me la arrancó de cuajo —me dijo, fingiendo lágrimas de cocodrilo.
            En el trayecto desde España a Australia, Magú fue recogiendo antiguos amigos que trabajaban en diferentes países como muñecos que los bebés chupan para quedarse dormidos. Ese era el punto de conexión de los cinco amigos de Magú.
            —Somos los Guerreros del Wasabi; más tarde te explicaré el por qué  —soltó Magú.
             
                                                   Maia con coleta rosa y con Magú 

        Los Guerreros del Wasabi se fueron presentando. Mi cuna parecía una reunión de alcohólicos anónimos:
            —Hola, me llamo Magnus y soy un muñeco que los bebés chupan para dormirse —dijo el primero.
            Magnus era un muñeco sueco con cara de panolis, orejas de elefante y nariz de koala; la supuesta belleza sueca tenía su excepción, y esa era Magnus. Se escapó de la última casa una noche en que su dueño estaba de viaje. Magnus dormía cada noche con el tipo que se inventa los nombres de los muebles del Ikea. Un tipo extraño, soltero y  sin hijos, que se tenía que dormir con Magnus en la boca. Su mayor creación había sido ponerle el nombre al sofá Karlstad y a la librería Expedit. Magnus temblaba al terminar su relato y dejó paso al segundo guerrero Wasabi.
            —Hola, me llamo Hiro y soy un muñeco que los bebés chupan para dormirse.
            —Hola, Hiro —contestamos todos a la vez.
            Hiro tenía heridas por todo su cuerpo. Su último amo fue un japonés afilador de espadas samuráis. Vivía acechado por la muerte cada noche. El hijo del afilador tenía la extraña manía de llevarse mini espadas samuráis a la cuna, y en vez de chupar los brazos o las piernas de Hiro, se dedicaba a clavarle mini espadas por su cuerpo.
            —¿Sabéis lo que es el harakiri? Pues cada noche tenía que pasar por uno antes de que el maldito bebé se durmiese.
            Hindú fue el siguiente muñeco en presentarse. Olía a curry que tiraba de espaldas y tenía miedo al váter. Explicó que el día que un niño aprende a ir sólo al lavabo, era el día que se caería por el váter y moriría ahogado.
              —¿Pero quién se caería dentro del váter, tú o el niño?  —le pregunté a Hindú.
           —Cuando un niño aprende a mear sólo en el váter, es el día que su muñeco para chupar pasa a mejor vida.
            El acento indio de Hindú me tenía un poco confundida. Asentí como hace el calborotas cuando habla en inglés con algún australiano y dejé pasó al penúltimo guerrero Wasabi. Su nombre era Vudú.

                                               reclamando mi sitio en el sofá

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