Agú se quedó
tumbado en la cuna hasta la hora de irse a dormir. No pude ayudarlo después de
que viese quién estaba dentro de ese sobre marrón que acababa de llegar de
España. Estaba siendo una tarde extraña. Maya había desaparecido, el desmayo de
Agú y ese sobre marrón que había aparecido en casa. Conseguí ver de refilón su
contenido. Un montón de papel de regalo envolviendo a un grupo de muñecos
sonrientes, que ahora reposaban sobre la mesa del comedor. Los padres
primerizos ni siquiera hicieron las presentaciones pertinentes con los nuevos
muñecos. No había tiempo que perder. Esta tarde, mami había decidido volver a
hacer yoga. La clase empezaba a las 6.15 y yo tenía que estar en la cuna a las
7. Así que el calborotas cuentista, se haría cargo de mí hasta esa hora.
Agú seguía
desmayado. El baño fue rápido y llegó la hora del cuento. El contador de
cuentos con 7 dedos de frente, tiene 5 minutos para contarme un cuento que me
haga dormir. Si fuese mala, diría que le sobran 4 y medio para que me duerma aburrida,
escuchando uno de sus cuentos, pero el de hoy me ha sorprendido y me ha dejado
más intranquila que otra cosa. Ni siquiera empezaba con el mítico: “Erase una
vez…”. El cuento del calborotas era tan raro como el día:
“Cuando yo era
pequeño, me gustaba meterme debajo de las sábanas y ponerme del revés. Ponía la
cabeza donde tenía que poner los pies. Una noche, empecé a bajar y a bajar, y
no encontraba el final. Estuve yendo a rastras, con las sábanas pegadas al
cuerpo, durante más de una hora. Menos mal que tenía una linterna mágica, que
me ayudaba a ver por dónde iba. Cuando vi que no llegaba el final, volví para
atrás, y cuando llevaba un buen rato arrastrándome y no encontraba la salida,
llamé a mi madre, (a la yaya Presi) y empecé a llorar. Mi madre no venía. Y yo
seguía llorando y llamándola cada vez con más miedo. Hasta que por fin llegué a
la cabecera y pude salir a respirar aire fresco. De repente apareció mi madre:
“¿Qué te ha
pasado, hijo?”, me dijo la yaya.
“Mamá, es que no venías”, le contesté yo, con
los ojos rojos de miedo. ¿Y sabes qué me contestó ella?
“Es que no podía venir, porque no encontraba
la salida para bajarme de la cama”.
¿Te ha
gustado? Ale, pues ahora a dormir, mi niña”.
la cabeza donde tienen que ir los pies
Y así acabó el
cuento del calborotas provocador de miedos en bebés. ¡Qué narices me quiso
contar con ese cuento! No sabía si me daba más miedo el cuento, o imaginarme al
calborotas de bebé. Me había dejado intranquila. A mí también me gustaba darme
la vuelta en la cuna y poner la cabeza donde van los pies. ¿Quién se iba a
dormir ahora? Agú seguía desmayado. Le tenía que reanimar, antes de que me
diese por dar la vuelta y no encontrar el final de la cama. Cogí a Agú por las
orejas y le empecé a gritar. Le chupé los pies, los brazos, la nariz. Agú
seguía desmayado.
Cuando mis
ojos se empezaron a cerrar, Agú abrió los suyos y me dijo algo de lo que ya no
me puedo acordar.
¡Que guapos de azul!. Me acuerdo cuando yo era pequeña me desperté varias veces en los pies de la cama y no sabia donde estaba. Abu Eli
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