lunes, 10 de diciembre de 2012

La pelea a tres arañazos



La noche había sido igual de larga que siempre. Es decir, las noches tienen sus horas y no vale eso de querer ser catastrofistas y añadir tensión a un relato con la típica frase: “la noche fue muy larga”. No. La noche duró las horas que tiene que durar y punto.
Me levanté con la mirada de Agú pegada sobre mis ojos. Tenía su capa sobre mi cara, moviéndose sobre mí como un abanico, para que me despertase antes de la hora. El desmayo había pasado. Yo tenía mi primera pelea con Kimby “Pan de Kilo” en unas horas,  y no había conseguido entrenar nada. Mis bíceps estaban oxidados. Agú me soltó, sin anestesia, qué le había pasado ayer por la tarde.
“Mi hermano”.
“¿Tú hermano, qué, Agú?”.
“Mi hermano, está aquí”.
“Tú hermano, ¿es uno de los muñecos que llegaron ayer de España?”
“Si. Magú, ha llegado.”
Los padres primerizos no nos dejaron más tiempo para hablar sobre el misterioso hermano de Agú: Magú. El creador de nombres de muñecos para dormir debía tener una serie que terminaba con “-gú”: Agú, Magú, ¿Cagú? ¿Pegú? En fin.
                             coletas de punta al enterarme de la existencia de Magú
 
Me pusieron los pantalones de pelea; blancos, sin cinturón, la camiseta de topos rosas y verdes y los calcetines morados. Un cinco pelado. Evidentemente, la ropa la había vuelto a elegir, otra vez mal, el calborotas. Lo suyo tampoco es la moda.
Llegamos a la guardería y la sala tenía ese extraño aroma de antes de una ocasión especial. No eran las calabazas que se estaban cocinando, ni el miedo de muchos de los contendientes en forma de pedos olorosos. Era la tensión de sentirse partícipe de algo fuera de lo normal.
Las primeras peleas fueron cayendo. Los débiles se iban quedando con la cara llena de arañazos y los fuertes movían los hombros arriba y abajo, como si necesitasen volver a pelear sin pausas. El olor a sudor era asqueroso.
Llegó mi turno. Kimby “Pan de Kilo” se quitó la ropa y se quedó en pañales. Su brazo era como mis dos piernas juntas, y su cara seguía teniendo la superficie necesaria para marcarla tres veces, sin que ella me tocase.
                                                    agua para antes de la pelea
El silbato sonó. Mi pelea había empezado. Kimby se movía con dificultad. Evidentemente, seguía el “estilo sumo”, acercándose a mí como un muñeco de nieve con vida, y yo me revolcaba por el suelo (ya puedo girar mi cuerpo de un lado a otro), para que ella no me tocase. La pelea estaba muy igualada. Le metí dos zarpazos en su cara de pan sin despeinarme. Pero ella contraatacó bien y sus uñas encontraron mi cara por dos veces seguidas. La pelea estaba empatada a dos arañazos. Amelie me animaba desde la grada. El momento clave de la pelea estaba a punto de llegar. El cansancio era evidente en las dos. “Pan de Kilo” respiraba con más dificultad que yo. Las miradas echaban fuego. Entonces me acordé de aquella película mítica y de la postura del protagonista en el momento clave de la pelea final. Levanté los dos brazos, con las palmas de las manos ligeramente dobladas hacia abajo, en forma de pico de pato, subí una pierna a la altura de mi pecho y esperé a que Kimby se abalanzase sobre mí.



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