La noche había
sido igual de larga que siempre. Es decir, las noches tienen sus horas y no
vale eso de querer ser catastrofistas y añadir tensión a un relato con la
típica frase: “la noche fue muy larga”. No. La noche duró las horas que tiene que
durar y punto.
Me levanté con
la mirada de Agú pegada sobre mis ojos. Tenía su capa sobre mi cara, moviéndose
sobre mí como un abanico, para que me despertase antes de la hora. El desmayo
había pasado. Yo tenía mi primera pelea con Kimby “Pan de Kilo” en unas horas, y no había conseguido entrenar nada. Mis
bíceps estaban oxidados. Agú me soltó, sin anestesia, qué le había pasado ayer
por la tarde.
“Mi hermano”.
“¿Tú hermano,
qué, Agú?”.
“Mi hermano,
está aquí”.
“Tú hermano,
¿es uno de los muñecos que llegaron ayer de España?”
“Si. Magú, ha
llegado.”
Los padres
primerizos no nos dejaron más tiempo para hablar sobre el misterioso hermano de
Agú: Magú. El creador de nombres de muñecos para dormir debía tener una serie
que terminaba con “-gú”: Agú, Magú, ¿Cagú? ¿Pegú? En fin.
coletas de punta al enterarme de la existencia de Magú
Me pusieron
los pantalones de pelea; blancos, sin cinturón, la camiseta de topos rosas y
verdes y los calcetines morados. Un cinco pelado. Evidentemente, la ropa la
había vuelto a elegir, otra vez mal, el calborotas. Lo suyo tampoco es la moda.
Llegamos a la
guardería y la sala tenía ese extraño aroma de antes de una ocasión especial.
No eran las calabazas que se estaban cocinando, ni el miedo de muchos de los
contendientes en forma de pedos olorosos. Era la tensión de sentirse partícipe
de algo fuera de lo normal.
Las primeras
peleas fueron cayendo. Los débiles se iban quedando con la cara llena de
arañazos y los fuertes movían los hombros arriba y abajo, como si necesitasen
volver a pelear sin pausas. El olor a sudor era asqueroso.
Llegó mi
turno. Kimby “Pan de Kilo” se quitó la ropa y se quedó en pañales. Su brazo era
como mis dos piernas juntas, y su cara seguía teniendo la superficie necesaria
para marcarla tres veces, sin que ella me tocase.
agua para antes de la pelea
El silbato
sonó. Mi pelea había empezado. Kimby se movía con dificultad. Evidentemente,
seguía el “estilo sumo”, acercándose a mí como un muñeco de nieve con vida, y
yo me revolcaba por el suelo (ya puedo girar mi cuerpo de un lado a otro), para
que ella no me tocase. La pelea estaba muy igualada. Le metí dos zarpazos en su
cara de pan sin despeinarme. Pero ella contraatacó bien y sus uñas encontraron
mi cara por dos veces seguidas. La pelea estaba empatada a dos arañazos. Amelie
me animaba desde la grada. El momento clave de la pelea estaba a punto de
llegar. El cansancio era evidente en las dos. “Pan de Kilo” respiraba con más
dificultad que yo. Las miradas echaban fuego. Entonces me acordé de aquella
película mítica y de la postura del protagonista en el momento clave de la
pelea final. Levanté los dos brazos, con las palmas de las manos ligeramente
dobladas hacia abajo, en forma de pico de pato, subí una pierna a la altura de
mi pecho y esperé a que Kimby se abalanzase sobre mí.
Estas monisima con las coletitas. Abu Eli
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