Cuando me
desperté, Agú seguía mojado. Colgado en el tendal y con pocas posibilidades de
venir conmigo a la guardería. Magú sería, de nuevo, mi muñeco al que chupar
antes de dormir. Cogí a Magú por la pechera. Le dije que no sería nada fácil
convencer a millones de bebés de comer semejante asquerosidad. Le pregunté por
el supuesto quinto componente de sus guerreros Wasabi, el misterioso OMG.
—Será que no estás deseando con
suficiente fuerza que se presente junto a ti, querida Maia. O a lo mejor, el
muñeco al que estás invocando no existió, y tu padre se dormía sin ningún muñeco
a su lado. Piensa en otro muñeco al que
invocar durante el día.
De camino a la guardería, Magú me explicó algunas cosas
que los muñecos para morder antes de dormir habían conseguido.
—Hace unos años, los médicos
recomendaban que los bebés durmiesen boca abajo. Eso suponía, que muchas veces
se quedasen encima de nosotros y nos aplastaban. ¿Qué tuvimos que hacer?
Medidas drásticas para que los médicos recomendasen que los bebés durmiesen
boca arriba, como hacen ahora.
—¿Medidas drásticas? —Magú me empezó
a dar miedo. —¿Qué quieres decir?
—Medidas drásticas, querida Maia.
Medidas drásticas.
—Paso de tus movidas, Magú. Estoy
deseando volver a tener a mi querido Agú sobre mis brazos.
Solté a Magú debajo de la cuna de la
guardería en donde duermo y cerré los ojos para desear que el muñeco con el que
había dormido mami de pequeña, se apareciese junto a mí.
En la guardería era el día de la
gran final del primer campeonato de El Club de la Lucha. La final era entre el
chino Ping y la rubita de coletas repipi, Mackenzie. Ping estaba completamente
enamorado de Mackenzie. Estaba claro que se dejaría ganar. Kooper, que había
madurado mucho en las últimas horas, les dejó las cosas claras.
—No quiero ni trampa, ni cartón.
Ping no entendió la frase hecha y se
quedó pensando en su significado. Mackenzie aprovechó la cara de alucine de
Ping y le prometió un beso a la hora del patio. La pelea duró poco. Ping perdió
por tres arañazos en menos de un medio minuto.
Ahora Mackenzie tenía el poder de la
guardería y ella elegiría la siguiente actividad.
—Chicos, chicos; ya sé qué vamos a
hacer el próximo lunes: Concurso de Curling sobre hielo en la sala de los
gorros perdidos. Y no se hable más —dijo Mackenzie, saltando como una animadora
de fútbol australiano con pompones en las manos.
Por suerte, los lunes me quedo en
casa, así que no tendría que ver cómo se las ingeniaban para fabricar una pista
de hielo y jugar al Curling, el juego de la escoba y la piedra de granito de 20 kilos; cuando en la calle, la temperatura media era de 35 grados.
el emocionante juego del Curling
Me senté al lado de las chicas.
Hacía tiempo que no hablaba con ellas. Me preguntaba si ellas también tendrían
a sus muñecos para irse a dormir en rebeldía.
Me asusté cuando Amelie me dijo que quería comer Wasabi. Su muñeco para dormir le estaba convenciendo para que lo probase. Amaya decía que su osito le estaba intentando meter en la cabeza que
hiciese que sus padres se aficionasen a la comida japonesa, pero que ellos
seguían prefiriendo las hamburguesas del McDonald’s. La actividad de la
guardería nos importaba un pimiento. (“¿Qué tal quedaría un pimiento con el
salmón, el curry y el Wasabi?”, me pregunté). Parecía que la encrucijada para
cambiar la leche materna y poner de moda el Wasabi estaba empezando a funcionar
entre algunos bebés cercanos.
Tenía que hacer algo.
La peque está diferente con el chichito y en tiritas, monisima.
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