No tenía
tiempo que perder con los juguetes reserva. Los metería a todos en una caja del
Ikea, les pondría encima una manta de invierno y me olvidaría de ellos hasta de
aquí unos meses. Con la Abeja Maya tenía que ser más cuidadosa. O no. La metería
directamente en la bolsa de la ropa sucia, esperaría que el calborotas pusiese
la lavadora con un poco más de lejía de la cuenta y todo habría acabado.
La noche pasó
rápida. Había que volver a la guardería. Estas primeras semanas de trabajo eran
especiales para mami. Durante 8 semanas sólo tenía que trabajar de miércoles a
viernes; así que no me tocaba ir a la guardería, ni los lunes ni los martes.
Pero quería saber qué estaba pasando en mi ausencia. Llegué a la guardería temprano
y hablé con Amelie de mis problemas con los juguetes.
“No me gustan
nada los juguetes que van de famosos. No son de fiar, Maia”
“Bueno,
tampoco es que sea muy famosa entre los niños de ahora. Piensa que La Abeja
Maya la veía el calborotas cuando era un niño. Y de eso hace mucho, mucho
tiempo”.
Amelie se rió
y me dijo que le abrazase. Me echaba de menos. Le pregunté por el baile y me
dijo que me olvidase del tema:
“Ya sabes cómo
son los bebés. Lo que está de moda hoy, les deja de gustar mañana”
“Sí, que me
vas a contar. No son muy consecuentes siguiendo las modas Tienen memoria de pez,
a los tres segundos se olvidan de lo que estaban haciendo”.
Nos reímos
otra vez con ganas. Luego me explicó con más detalle qué tal estaban las cosas
por aquí. El más perjudicado por la cancelación del baile de El Coreano, había
sido el chino. Resulta que se había puesto una calcomanía en el brazo derecho
con la imagen de uno de los pasos del Gangnam Style y ahora no era capaz de
quitársela.
“Qué decepción
de chino”, dije, antes de que Amelie me contase lo más importante.
“Resulta que Kooper,
nuestro quinqui llorón, ha dejado de llorar y está más mandón que nunca. Hoy
tenemos reunión general en la habitación de los gorros perdidos. A las dos en
punto. Ha dicho que no falte nadie. Es muy importante”. Amelie tenía hambre.
Subió las cejas y se puso a gritar descontrolada, para que las cuidadoras le
diesen su papilla de frutas. “Nos vemos a las dos”, dijo con sonrisa pícara
entre gritos.
Eran las dos
en punto y en la sala de los gorros perdidos no cabía ni una mosca. Kooper se
puso en medio de la sala y empezó a hablar.
“Muy bien enanos.
Ya sabéis que los quinquis tenemos dos funciones claras en la vida: tocar las
narices y no llorar por las esquinas. La segunda ya he conseguido alejarla de
mí. La primera la vais a sufrir a partir de mañana. Se acabaron los bailes de
moda y las canciones estúpidas”. La voz de Kooper sonaba firme y segura. Como
una compresa.
“Esto se va a
convertir a partir de mañana en: El Club de la Lucha”.
maia no te comas los dedos del pie que no están ricos! jeje que bonita esta niña, y como hecho de menos darle un colito, y escuchar sus carcajadas..
ResponderEliminardarle muchos besitos de mi parte!
pobre maya, muerte por lejía jajaja que bueno!
Ánimo Maia que ese Kooper te lo comes con patatas fritas. Está guapisima!! Un beso a los tres
ResponderEliminarMaia de momento eres muy elástica, juega con el pie, que con el tiempo ya no se puede. Abu Eli
ResponderEliminar