jueves, 16 de mayo de 2013

Los agujeros del techo



    El momento cangrejo rojo me dejó una secuela: camino hacia atrás; bueno es un decir, lo que hago es que cuando los padres primerizos me ponen en el suelo, sobre mi  pechete —en posición flexión de gimnasio—, en vez de gatear hacia adelante, gateo hacia atrás.  Ya lo he dicho más de una vez: ¡Gatead vosotros que yo prefiero caminar! Y ahora, voy hacia atrás.
   El único movimiento que hago para trasladarme de un lugar a otro es el de la peonza. Así me muevo: girando alrededor de mi eje longitudinal —o sea, sobre mi culo— igual que hace la Tierra alrededor del Sol. Los padres primerizos me colocan muñecos lejos de mí para que me mueva y los coja; yo giro y giro como una peonza hasta llegar al trofeo en cuestión.
    Si quieren torturarme de verdad, ponen a Agú lejos de mi posición para que me esfuerce más a moverme. Entonces me convierto en Súper Guerrero —igual que Son Goku— y giro a mil revoluciones por minuto hasta que consigo llegar a él. Si en ese momento giratorio pusiesen sobre mí una aguja de esas que leen los discos de vinilo, sería como escuchar un disco de música clásica tocada por los pitufos puestos hasta las cejas de pastillas de colores.    


     Cuando me canso de girar como una peonza me dejo caer sobre mi espalda y me quedo mirando el techo. Entonces me pongo a pensar cosas aleatorias; el otro día, por ejemplo, me dio por pensar en los agujeros que nos ofrece la vida moderna.
     El techo no tiene agujeros, pero en el universo los hay de todos los tipos. Está el agujero negro, que acumula energía y no la deja escapar; o los agujeros blancos, que deforman el espacio pero dejan escapar la energía. Luego hay otro muy interesante, que es el agujero de gusano: es una especie de atajo entre el espacio y el tiempo que te puede llevar a mundos paralelos o viajar al futuro; a ese sí que me gustaría ir.
      Otros días no estoy tan científica y me da por pensar en cosas más terrenales, como por ejemplo quién inventó los agujeros de los Donuts, el Hula Hoop o la letra O. La mayúscula. 
      

     Desde que soñé con Freud intento recordar qué me dijo sobre mi pasado aborigen. Los agujeros imaginarios del techo hacen que tenga un flash de lo que me contó Freud sobre mis ancestros aborígenes. Cerré los ojos y  le pedí a Pepe que me volviese a llevar a la consulta de Freud.
       —Está cerrada por vacaciones —dijo Pepe.
       —¿Qué? —pregunté sorprendida.
      —Freud colgó un cartel en su puerta de “Cerrado por Vacaciones”; no puedo hacer nada más. Creo que se ha vuelto loco de tanto oír a gente loca.
      —Pues llévame a otro lugar interesante, no sé, al despacho de Einstein cuando descubrió la teoría del agujero negro.
       —Será la teoría de la relatividad.
       —¿Qué pasa que ahora sabes tú más que Einstein, o qué?
      —Lo siento señorita Maia, no era mi intención enfadarla. Creo que hoy le puedo ofrecer un sueño con el inventor del Hula Hoop.
       —O —nunca una O quedó tan bien; un punto gracioso para mí.

     Entré en el despacho de unos tipos americanos que me contaron de dónde sacaron la idea del Hula Hoop.
      —La idea nos vino a la cabeza cuando fuimos a Australia y vimos a los niños aborígenes girar aros de bambú alrededor de la cintura en clase de gimnasia.
      —¡Quieto ahí! —le grité. Empecé a recordar algo que me había contado Freud sobre mis antepasados aborígenes.
      —¿Tienes alguna relación con Australia? —me preguntaron ingenuamente los inventores del Hula Hoop.
    —¿Perdona? Soy australiana, sabes, o sea —no sé por qué extraño motivo me puse estúpidamente pija—. Además, creo que fueron mis antepasados aborígenes quienes realmente inventaron el Hula Hoop.
      “De ahí podía sacar un poco de pasta”, pensé, pero de repente escuché el ruido de algo que se le había caído al suelo a Napoleón y me desperté.
      Abrí los ojos y el techo estaba lleno de agujeros de Donuts rellenos de chocolate. En realidad no eran Donuts, eran pasteles de chocolate que rebosaban chocolate por los bordes. Chocolate, chocolate…Tenía hambre.
      —¡Aaaahhhh, mamaaaá! —grité para que mami me diese inmediatamente de comer.        
     Tanta información me había vaciado el estómago. Necesitaba comer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario