El momento
cangrejo rojo me dejó una secuela: camino hacia atrás; bueno es un decir, lo
que hago es que cuando los padres primerizos me ponen en el suelo, sobre mi pechete —en posición flexión de gimnasio—, en
vez de gatear hacia adelante, gateo hacia atrás. Ya lo he dicho más de una vez: ¡Gatead vosotros
que yo prefiero caminar! Y ahora, voy hacia atrás.
El único movimiento que hago para
trasladarme de un lugar a otro es el de la peonza. Así me muevo: girando alrededor
de mi eje longitudinal —o sea, sobre mi culo— igual que hace la Tierra
alrededor del Sol. Los padres primerizos me colocan muñecos lejos de mí para
que me mueva y los coja; yo giro y giro como una peonza hasta llegar al trofeo
en cuestión.
Si quieren torturarme de verdad, ponen
a Agú lejos de mi posición para que me esfuerce más a moverme. Entonces me
convierto en Súper Guerrero —igual que Son Goku— y giro a mil revoluciones por
minuto hasta que consigo llegar a él. Si en ese momento giratorio pusiesen sobre
mí una aguja de esas que leen los discos de vinilo, sería como escuchar un
disco de música clásica tocada por los pitufos puestos hasta las cejas de
pastillas de colores.
Cuando me canso de girar como una
peonza me dejo caer sobre mi espalda y me quedo mirando el techo. Entonces me
pongo a pensar cosas aleatorias; el otro día, por ejemplo, me dio por pensar en
los agujeros que nos ofrece la vida moderna.
El techo no tiene agujeros, pero en
el universo los hay de todos los tipos. Está el agujero negro, que acumula
energía y no la deja escapar; o los agujeros blancos, que deforman el espacio
pero dejan escapar la energía. Luego hay otro muy interesante, que es el agujero
de gusano: es una especie de atajo entre el espacio y el tiempo que te puede
llevar a mundos paralelos o viajar al futuro; a ese sí que me gustaría ir.
Otros días no estoy tan científica y
me da por pensar en cosas más terrenales, como por ejemplo quién inventó los
agujeros de los Donuts, el Hula Hoop o la letra O. La mayúscula.
Desde que soñé con Freud intento
recordar qué me dijo sobre mi pasado aborigen. Los agujeros imaginarios del
techo hacen que tenga un flash de lo que me contó Freud sobre mis ancestros
aborígenes. Cerré los ojos y le pedí a
Pepe que me volviese a llevar a la consulta de Freud.
—Está cerrada por vacaciones —dijo
Pepe.
—¿Qué? —pregunté sorprendida.
—Freud colgó un cartel en su puerta
de “Cerrado por Vacaciones”; no puedo hacer nada más. Creo que se ha vuelto
loco de tanto oír a gente loca.
—Pues llévame a otro lugar
interesante, no sé, al despacho de Einstein cuando descubrió la teoría del
agujero negro.
—Será la teoría de la relatividad.
—¿Qué pasa que ahora sabes tú más
que Einstein, o qué?
—Lo siento señorita Maia, no era mi
intención enfadarla. Creo que hoy le puedo ofrecer un sueño con el inventor del
Hula Hoop.
—O —nunca una O quedó tan bien; un
punto gracioso para mí.
Entré en el despacho de unos tipos
americanos que me contaron de dónde sacaron la idea del Hula Hoop.
—La idea nos vino a la cabeza cuando
fuimos a Australia y vimos a los niños aborígenes girar aros de bambú alrededor
de la cintura en clase de gimnasia.
—¡Quieto ahí! —le grité. Empecé a
recordar algo que me había contado Freud sobre mis antepasados aborígenes.
—¿Tienes alguna relación con
Australia? —me preguntaron ingenuamente los inventores del Hula Hoop.
—¿Perdona? Soy australiana, sabes, o
sea —no sé por qué extraño motivo me puse estúpidamente pija—. Además, creo que
fueron mis antepasados aborígenes quienes realmente inventaron el Hula Hoop.
“De ahí podía sacar un poco de pasta”,
pensé, pero de repente escuché el ruido de algo que se le había caído al suelo
a Napoleón y me desperté.
Abrí los ojos y el techo estaba
lleno de agujeros de Donuts rellenos de chocolate. En realidad no eran Donuts,
eran pasteles de chocolate que rebosaban chocolate por los bordes. Chocolate,
chocolate…Tenía hambre.
—¡Aaaahhhh, mamaaaá! —grité para que
mami me diese inmediatamente de comer. Tanta información me había vaciado el estómago. Necesitaba comer.
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