jueves, 9 de mayo de 2013

Relato LibrosLeo. Anoche tuve un sueño rarísimo



     3:27 am.
     Me despierto en medio de la noche con un berrinche de tres pares de calcetines rosas. No sé qué estaba soñando, pero tenía que ser algo muy feo. Los padres primerizos llegan a la cuna corriendo para ver si me ha pasado algo. No son capaces de parar mi llanto: ni la teta de mami en mi boca, ni la derecha ni la izquierda; ni abrazos cariñosos, ni saltitos sobre la Fitball, nada me calma. Tengo que relajarme, abrazaré a Agú y volveré al sueño; y de paso le echaré la bronca a Pepe —el portero de mis sueños— por haberme dejado escoger un sueño tan chungo.
   Como no saben qué hacer conmigo, los padres primerizos me vuelven a meter en la cuna. Mi llanto empieza a ser más de risa que de pena, con lo cual es momento de dejarme a solas en la cuna. Agú se posa sobre mi cara y me pregunta preocupado:
    —Nena, ¿qué narices te ha pasado? ¿Qué estabas soñando?
   —No lo sé Agú, voy a dormirme otra vez y le pregunto a Pepe a ver en qué tipo de sueños me deja entrar.
     Con mis dos nuevos dientes muerdo a Agú con mucha más fuerza. Es algo que no parece gustarle demasiado, pero qué le vamos a hacer, es su trabajo como mi mejor amigo. Le muerdo la oreja y después de un grito bastante mariquita de Agú, me vuelvo a quedar sobada.
       Llego a la puerta de los sueños y allí está Pepe, con su cara de “ya te avisé que el sueño de antes no era para un bebé de 10 meses”.
       —Pero Pepe, ¿de qué iba el sueño de antes?
      —Te dije que era un sueño para mayores de 18 años; se me escapó del cliente para el que trabajaba antes de estar contigo. Lo siento Maia, no volverá a ocurrir.
       —Bueno, y para ahora ¿qué tienes?
       —Tengo un sueño con el padre de los sueños: te puedo llevar hasta el despacho de Sigmund Freud
    —¿El de la teoría de que si sueñas que te conviertes en un elefante significa que estás comiendo demasiado? —le pregunté.
        —Sí, creo que es ese.
        —Vamos a ver —acepté la sugerencia de Pepe y me dejé llevar.


      El consultorio de Freud está tapizado en tonos fosforitos y morados que no desentonan con los muebles a topos de la sala de espera. El hilo musical es un tipo con pandereta y sombrero de colores que anima a los que esperamos nuestro turno para entrar a la consulta. Yo estoy a dos minutos de llorar. O de ponerme a bailar. En la puerta veo que hay un cartelito que sólo dice Sigmund. Demasiado tarde para aceptar que esto no me gusta, me levanto cuando Freud abre la puerta para indicarme que me toca.
     —No soporto a los que van por ahí contando sus sueños —me dice nada más entrar.
     —Algunos basamos nuestra vida en la frase: “anoche tuve un sueño rarísimo” —le digo.
     —Ya. Está bien, ¿qué soñaste?
     —Yo estaba en un club, no había casi luz, la puerta de salida tenía un foco azul. Él se desmayó delante de mí, no fue la mezcla de cloro y el complejo vitamínico…
     —Ah…ya veo. Es un sueño común en la mitología de los aborígenes australianos, El Sueño o Altjeringa (también llamado Tiempo del Sueño) es un “erase una vez” sagrado; un tiempo más allá del tiempo en el cual los Seres Totémicos Espirituales ancestrales formaron La Creación.
    —Pero…, yo estaba en un club, no había casi luz —Sigmund hace un gesto circular con las manos pidiéndome que acelere—. Bueno, yo creía que soñar con aborígenes australianos estaría ambientado en el desierto, o en su Roca Sagrada: el Uluru.

     —Querida Maia, aquí el profesional soy yo. Ese sueño te está diciendo que echas de menos tus ancestros aborígenes. ¿O es que últimamente has tenido algún contacto con el mundo aborigen que me estás ocultando? —dijo Freud atusándose la barba.
        —I can´t remember —le respondo en inglés con acento gallego. —No lo recuerdo.
        —Ya. Yo entender inglés. Yo ser Doctor. Yo Tarzán. Tu Chita.
       En ese momento de burla a mi inglés, Sigmund se levanta, avanza hacia la puerta y cuelga un cartelito que pone: “Salí a comer”. Cierra la puerta y me explica el verdadero significado de mi último sueño.


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