La piscina me
dejó tan destrozada que hasta mis sueños estaban dormidos. Es algo que sólo me
ocurre cuando estoy realmente agotada. Normalmente cierro mis ojos, abro la
cortina de los sueños y espero a que el portero de los sueños se acerque a mí y
me pregunte:
—¿Qué tal está hoy, señorita Maia?
—Muy bien, Pepe —le suelo contestar
al portero de mis sueños. Se llama Pepe y es buena persona. Luego me aconseja
un posible sueño para mi siesta, o para toda la noche, abro la puerta del sueño
que he elegido y me dejo llevar. Algunos días, como el de la pesadilla, a Pepe
se le va la pinza, y me lleva hasta lugares que no deberían ser vistos jamás
por un bebé de siete meses, pero se lo perdono.
Después de la piscina, me encontré a
Pepe echando una cabezadita.
—Huy, perdone, señorita Maia, creo
que me quedé dormido…—la saliva le caía por la comisura de los labios. —¿Está
lista para su sueño diario?
—No Pepe, creo que hoy me voy a
dedicar a sobar. Sin sueños. La piscina me ha dejado agotada.
—A sus órdenes, señorita Maia ——Pepe
es muy servicial y me saluda siempre con mucho respeto, asintiendo con su
cabeza hacia abajo.
explotando mi parte Grunge
Los padres primerizos tenían ganas
de comer en un restaurante italiano que hay en la ciudad. El propietario es un
tipo que quedó segundo en un concurso de cocina del canal 10, hace un par de
años. Se llama André y al igual que Pepe, parece buena persona.
Cuando me desperté de la siesta, ya
estábamos en el restaurante. La conversación de los padres primerizos estaba a
éste nivel de elocuencia.
—La barba rubia del camarero me
parece ridícula —soltó el calborotas.
—A mí no —dijo mami.
—A mi sí. Es ridícula.
—Pues a mí no.
—Además, el camarero es gay
—Creo que no.
—Yo creo que si…
Desconecté por aburrimiento y le
pregunté a Agú si el camarero era gay.
—Ese tipo de barba rubia sólo puede
llevarla un camarero gay. El calborotas tiene razón —Agú me confirmó algo que
me traía sin cuidado.
En ese lance de la conversación, la
cabeza del calborotas ya no era la de una ballena; ahora tenía pinta de sardina
enlatada. Cuando de repente, algo llamó mi atención. Los dibujos de la camiseta
del calborotas empezaron a hablarme.
la camiseta que me empezó a hablar
—Hola Maia, ¿qué tal?; somos Jules y
Vincent; los tipos guays que hay en la camiseta que lleva hoy tu padre.
—… —me quedé sin habla.
—No te asustes, mujer. Esta
alucinación se debe a la sobredosis de cloro que llevas encima. Dura un par de
horas, pero es taaaan divertido —el que hablaba era Vincent. Bueno, Travolta
yendo de Playmobil.
—¿Y puedo hablar con vosotros
siempre que beba agua con cloro? —les pregunté a los dibujos de la camiseta.
—Así es, pequeña —ahora habló Jules.
El negro. —Y eso no es lo único que puedes hacer cuando vayas pasada de cloro.
Te lo aseguro.
Jules y Vincent me guiñaron los ojos
y asintieron con la cabeza; igual que hace Pepe cada vez que le pido un sueño cuando
estoy dormida.
—Pues tendré que seguir yendo a la
piscina para ver qué puede hacer el cloro por mí.
—Pero no te pases Maia, que las
sobredosis son muy malas —dijo Vincent, antes de que el camarero con barba
rubia les trajese el segundo plato de pasta a los padres primerizos.
El cansancio me seguía cerrando los
ojos. Agarré a Agú de la pata y le chupé la capa. Antes de que los padres
primerizos se terminasen los postres, tenía que volver a echarme otra siesta y
dejar que el cloro se diluyese un poco más. Me despedí de Jules y Vincent,
cerré los ojos, y dejé que Pepe me diese un sueño relajado para las próximas
dos horas.
el baile de Pulp Fiction mola mogollón
Me ha gustado
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