Los padres
primerizos llevaban todas las vacaciones navideñas con el rollo de que un día
iríamos a la piscina.
—¡Vamos a ir a la piscina, nena! ¡Ya
verás qué divertido! —decían día sí, día también.
Y llegó el día.
Una piscina es como una bañera, pero
a lo bestia. Los juguetes que en la bañera de casa están esparcidos
aleatoriamente, en la piscina, son cabezas humanas que simulan ser patos, que a
su vez simulan ser juguetes, que lo que realmente querrían ser son seres
humanos. La rueda de la vida. Uno está en el mundo queriendo ser siempre lo que
no es. Un juguete se pasa la vida queriendo ser una persona, y ésta, lo que
querría ser es un juguete, para no hacer nada y pasarse el día jugando. Menos
yo, que estoy disfrutando tanto de ser yo misma.
en la bañera de casa
Me lanzo a la piscina con cara de
velocidad, pero el calborotas me sujeta por los brazos.
—¿Dónde vas mi niña? —me dice asustado,
al ver mi seguridad.
Me quedo suspendida en el aire. “Tú
niña se va a pegar un chapuzón, que esto parece molar mogollón”, pienso,
mientras intento escabullirme de sus zarpas. No lo consigo.
Después de cambiarnos de ropa, por
fin nos metemos en el agua. Las cabezas de las personas que quieren ser
juguetes se mueven alrededor. El agua está un poco más fría que la bañera de
casa, pero no me importa. Tenemos media hora para disfrutar de la gran bañera. El
olor también es diferente. Me atrae, me seduce. El agua de la piscina, mola.
La instructora se acerca a nosotros
con la lista de asistencia en la mano. El papel está completamente empapado.
—¿Y tú debes ser Maia, verdad? —me
pregunta, esperando que un bebé de siete meses le conteste algo. El calborotas
está ágil y contesta por mí.
—Yes, is Maia—dice con su mejor
acento australiano. La instructora no le entiende.
—Pero, ¿se pronuncia Maia o Maia?
—la instructora (a partir de ahora, tipa con bañador chungo), pronuncia mi
nombre, las dos veces, de la misma
manera. El calborotas me mira buscando ayuda, y yo disimulo, metiendo mi boca
en el agua. El agua de la piscina está muy rica.
—Es Maia —le responde el calborotas,
pronunciando mí nombre como se dice: Maia.
—Ah…Maia, ya decía yo, que era Maia,
y no Maia —la tipa con bañador chungo parece salida de un manicomio. Ha
repetido mi nombre tres veces de la misma manera, y se cree que lo ha pronunciado
de diferentes maneras. Estamos locos, o qué.
en la piscina de Parafield Gardens el cloro está rico
Un rato después de empezar la clase,
el calborotas se acerca al borde de la piscina para decirle algo a mami.
—Creo que ésta piscina tiene
demasiado cloro.
—Pues ten cuidado que la nena no beba
mucha agua —le advierte mami.
“¿Así que esto que huele rico se
llama cloro?”, me digo a mi misma, moviendo las cejas y la cabeza hacia arriba,
como si acabase de descubrir una pócima contra la calvicie.
Tengo sed de agua con cloro. El
cloro tiene un sabor extraño, que me engancha. Me paso la clase intentando
beber agua con cloro, y el calborotas me lo intenta impedir.
Nos pasamos la media hora de clase cantando
canciones aburridas (en inglés), que nadie se quiere aprender; dando palmadas
sobre el agua y recogiendo juguetes del centro de la piscina, para meterlos otra
vez en el cesto de donde salieron. Me aburro. Y todo esto, simulando que
sabemos nadar.
Mientras el resto de bebés está más
preocupado por intentar pillar un juguete que llevarse a la boca, yo me paso la
clase intentando beber agua con cloro. Tendré que investigar qué extraño poder me
da el cloro, porque de repente, la cabeza del calborotas estaba empezando a tener
forma de ballena gigante.
la cara del calborotas después del cloro
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