Ya estoy de
vuelta. Los padres primerizos han sido muy absorbentes, y no me han dejado ni a
sol ni a sombra, así que no he podido explicar nada de lo que me ha ocurrido.
Mis primeras navidades han sido
calurosas; con temperaturas dentro de casa que bordeaban la fiebre y alta
probabilidad de colapso proteico. He sudado más de lo que sudé en Barcelona a
principios de agosto, y lo único que se les ha ocurrido a los padres primerizos,
es darme de comer nuevas exquisiteces que sumar a la larga lista de purés y
papillas que ya tenía. Las nuevas adquisiciones son: espinacas, brócoli, puerro,
aguacate, aceite de oliva, vaca vieja, pechuga de pollo con zanahoria y patatas,
lentejas con cebolla y ajo, y como postre, albaricoques amargos fuera de
temporada: “Chicos, por favor: tened piedad del bebé que se deshidrata”. Amén.
Con la guardería cerrada, no me ha
quedado más remedio que compartir la casa con ellos. Las 24 horas del día. Un
auténtico peñazo. Aunque han puesto mucho esfuerzo en que me lo pasara bien, y me
han llevado a un montón de sitios: a la piscina, al parque, al cine, a casas de
amigos, para sentir las navidades un poco más familiares, a centros comerciales
con aire acondicionado a 21ºC… Ese día fue total: el termómetro del coche
marcaba más de 45ºC y el donante de pelo tuvo la genial idea de llevarnos a
todos: ¡Al Centro Comercial de Tea Tree Plaza! De los mejores de la zona. Con
su McDonald´s y sus salas para familias con bebé. Un planazo.
con mi biberón favorito
También sé hacer un montón de cosas
nuevas: me quedo sentada sola sin caerme hacia atrás, me tomo el biberón de
agua yo solita; toco el piano del iPad sin acertar una sola nota, o soy capaz
de arañar la cara de los padres primerizos, tanto con las uñas de las manos
como con la de los pies, y hasta me siento en la bacinilla/orinal de Barrio
Sésamo para hacer unas caquitas de bebé, que apestan como las de un señor
maduro con tres canas en la barba. Ya sabréis quién es ese señor de tres canas
en la barba otro día.
La última noticia: la guerra ha
empezado entre los padres primerizos. Creen que ya estoy preparada para decir
“mamá” o “papá”, y se pasan el día mirándome fijamente a los ojos, con cara de
bobos, repitiendo las mismas sílabas: mamamamama (cuando es mami la que pone
cara de enamorada degollada). O papapapapa (cuando el calborotas me mira con
cara de panolis). Y en cuanto digo algo que se parece a una de esas sílabas,
empieza la discusión:
—¿Has oído? ¡Ha dicho mamá! —grita
muchas veces mami al calborotas.
—Ni de coña. Ha dicho papapapa —el
oído del donante de pelo frontal, es duro como una tapia.
Lo que en realidad suelo decir es
algo así como: aaavavalavagaguagaga prrrrfff (pedorreta) gugugaga. Y ellos
siguen con sus discusiones, de que si he dicho “mamá” o “papá”. Yo mejor espero
un poco, porque para hablar con los mayores requiere demasiado esfuerzo, y
todavía no me apetece pasar por ahí.
Así que aquí estoy de nuevo.
Preparada para contaros cómo sigue la vida por Australia. Otro día os cuento
cómo fue la noche que me quedé con mi primera canguro; o las lecciones de
piscina; o lo divertido que fue comer las 12 uvas desde la pantalla del
ordenador; y sobre todo: ¿Qué están haciendo mis juguetes buenos? ¿Y los malos?
¿Qué está pasando en la guardería? ¿Conoceré algún día a mi amigo invisible?
¿Será el Wasabi la cena del futuro para
los bebés?…tantas incógnitas que resolver y el calborotas cada vez con menos
pelo.
ya se te echaba de menos, estaba contando los dias!!!
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