La siguiente historia está basada en barbacoas
australianas, cualquier parecido con la cocina española es pura…es imposible
compararlas.
El sábado tocaba barbacoa en casa
del jefe de mami y no podíamos faltar. Sobre todo yo. El jefe de mami lo dejó
claro.
—No importa si vosotros venís o no,
pero la niña tiene que venir.
Cuando un jefe te dice algo así, no
tienes muchas opciones. La barbacoa empezaba a las 5:30 de la tarde, hora en la
que yo estoy cenando y tengo medio pie en la bañera y el otro medio a punto de
ponerme el pijama para dormir.
Los padres primerizos discutieron
duramente si yo tenía que ir a la barbacoa del jefe de mami o no. Mami no tenía
elección:
—Habrá un montón de gente que quiere
conocer a la nena, y no podemos decir que no —dijo mami.
—No creo que sea bueno para la nena
salir tan tarde de casa —dijo Capgros.
—Es que tenemos que ir. Es algo a lo
que no puedo decir que no.
—¡Me niego completamente a que la
niña salga tan tarde de casa! Con lo bien que está durmiendo estos días; vamos
a salir a las tantas de la tarde para que la niña lo pase mal y sólo porque les
hace gracia verla. ¡Le dices que no podemos ir y se acabó!
Esto que parece tan definitivo y
enérgico lo dijo el calborotas para terminar la discusión. Estaba claro quién
manda en casa. Al final, evidentemente, fuimos a la barbacoa.
La estrella naranja o la flor azul
La cosa no fue tan mala como
pintaban los padres primerizos. Estar rodeada de gente que te coge en brazos y
te dice lo guapa que eres —todo el rato— es agradable. Así que aguanté
estoicamente los piropos de chinos, vietnamitas, taiwaneses, franceses con
acento australiano y canadienses con acento francés; que no dejaban de
repetirme: “lo increíblemente guapa y preciosa” que era. Las verdades son así:
sin trampa ni cartón.
También había una niña de dos años y
medio que me cayó muy bien. Se llama Thea (suena “Zía”) y se dejaba tocar la
nariz y el pelo por mí cada vez que se acercaba a mi lado. Es gracioso ver cómo
los niños que ya caminan (los “Toddler” que llaman aquí) se acercan a mí y me
tocan como si fuera una muñeca. Dentro de unos años, cuando podamos salir de
fiesta, seremos rivales en conquistar guapos post-adolescentes que ahora se
ríen de nosotras por ser demasiado pequeñas. Pero todo llegará.
Los padres primerizos se fueron
tranquilizando a lo largo de la tarde al ver mi comportamiento. Estaba feliz en
mi papel de estrella total de la barbacoa. Repartía saludos a diestro y
siniestro, como una princesa de cuento que está esperando que el príncipe se
convierta en sapo y pueda jugar con él a ver cuánto salta si le estiro de las
patas en el lago que hay al lado de casa. No lo puedo evitar: me gustan los
cuentos con giros raros, los que acaban en sorpresa.
la rana de la barbacoa
Las salchichas fueron saliendo de la
barbacoa antes de las 8 de la noche. Las copas de vino tinto se vaciaban y mi
biberón de agua sabía a queso fundido. Era de noche y mis ojos no sabían si
seguir recibiendo piropos o cerrarse para soñar con el sapo de mi cuento. Thea
se acercó a mí por última vez y empezó a bailar. Saltaba sin parar y mami me
ayudó a saltar junto a ella. Parecíamos dos adolescentes en medio de una pista
de baile escuchando la última canción de la noche antes de volver a casa. La
calabaza —el coche de los padres primerizos— ya estaba con el motor encendido;
el príncipe que buscaba mi beso para convertirlo en sapo me miró a lo lejos y
le saludé por última vez.
—Un día de éstos te doy un beso, te
convierto en sapo y jugamos a dar saltos en el lago. ¿Te apetece? —le insinué
al príncipe con mi mirada.
Él se quedó con cara mohína y me
dijo que me esperaría el resto de su vida. ¡Qué exagerados son los príncipes
cuando se trata de recibir un beso mío! Es lo que tiene ser la estrella de una
barbacoa australiana. Es lo que tiene ser tan guapa.
The Doors. Peace Frog.
Muy bueno, hace tiempo que no leía en el bloc.
ResponderEliminarUn abrazo, mami