lunes, 25 de marzo de 2013

La diarrea te manda a casa



        La clase de los bebes andaba un poco suelta. Y no me refiero a caminar o a empezar a gatear sin sentido; me refiero a lo que me refiero. Un par de bebés habían tenido que volver a casa antes de hora por la ligereza de sus deposiciones. Mi ligereza empezó esa misma noche, pero no fue hasta la mañana siguiente cuando mami le contó a mi cuidadora lo que me pasaba.
        —Creo que Maia anda un poco suelta, ya me entiendes —le dijo mami a Caroline señalando mi culo.
       —Uy, ayer hubo un par de niños que también andaban sueltos…y los tuvimos que mandar a casa; es política de la guardería hacer eso para que el resto de los bebés no se contagien —dijo Caroline con su flequillo hasta el entrecejo.
        —Vaya, así que es la política a seguir…—dijo mami pensativa.
        —La política de la guardería dice que tienen que volver a casa. Lo siento.
        “Conclusión: La política es una mierda”, pensé yo.
      Tenía que volver a casa a pasar el día de ligereza con el entrenador de los futuros jugadores de la selección australiana de fútbol. Su cara era una poesía de Miguel Hernández: “Nanas de la cebolla”. 
       
                                                              la cara de la ligereza    

        El poeta de la cebolla tenía entrenamiento de fútbol por la tarde, aunque evidentemente no podía ir porque tenía que cuidarme, así que llamó al responsable de deportes y actividades extraescolares del sitio para avisar.
        —Hola, mira, que soy el entrenador de los chicos de fútbol, que hoy no podré ir porque mi hija está malita y tengo que llevarla al médico. Lo siento mucho por dejar tirados a los chicos…—mintió vilmente Pinocho (el antes conocido como Entrenador), para explicar el por qué no podía ir a trabajar hoy.
       No escuché la respuesta del otro lado del teléfono, pero no entendía el por qué de la mentira. Hubiese bastado con contarle la verdad.
      —Mira, la política es una mierda y mi hija tiene que quedarse todo el día en casa conmigo. Ale, hasta luego, Lucas.
      Era la hora de mi primera siesta y Agú me recomendó que no me portase mal con mi padre.
      —Pobrecillo, no seas muy dura con él. Bueno, sé dura en lo que tienes que ser dura, para poder volver mañana a la guardería, pero en lo demás, pórtate bien. Ahora que empezaba a tener un trabajo que parece que le gusta…, y se te ocurre ponerte a cagar en aspersión…No seas muy mala y no le des mucho trabajo —me dijo Agú, cuando Pinocho me puso en la cuna para dormir la primera siesta del día.
      —Bueno, vale, de acuerdo —le contesté con su brazo en mi boca.
      Me quedé frita en un par de minutos y dormí más de dos horas en mi cuna. Mis cacas necesitaban fortalecerse, así que mandé a todo el ejército de glóbulos blancos hasta los intestinos y les mandé que dejasen todo en orden para pasar de la ligereza a la dureza en un par de cagadas. Con perdón.

                                          El entrenador-Pinocho te enseña inglés y fútbol

       Pinocho tenía todo preparado para cuando me despertase. Todos los juguetes en su sitio, la leche recién calentada en mi biberón favorito, un bol de arroz y carne triturada por un lado, y otro bol de fruta recién preparada por si me despertaba caprichosa y sólo quería tomar pera y manzana. No podía negar que el tipo estaba preparado para cuidarme a jornada completa. Le hice caso a Agú y me porté bien. 
        Me tomé todo el biberón, comí un poco de arroz y me zampé la fruta sin rechistar. Luego jugamos con todos los juguetes que yo quise. Es gracioso ver como se puede controlar a un padre con el mínimo esfuerzo. Él va intentando cosas que me puedan hacer reír, y cuando lo consigue, esa cosa la repite hasta la saciedad. Yo decidí que me hacía muchísima gracia ver como movía la cabeza de un lado hacia el otro, sacando la lengua y emitiendo a la vez un ruido estúpido —como de persona con pocas luces— simulando que se volvía loco. 
      A la vigesimoquinta vez que lo hizo, empecé a notar que se estaba poniendo blanco, resoplando angustiado, sintiendo que en cualquier momento iba a vomitarme encima debido al mareo que le estaba provocando mover la cabeza como un loco. Entonces decidí que ya podíamos hacer otra cosa, y lo celebré con un par de zurullitos bien formados, que eran mi pasaporte para volver mañana a la guardería

                                           Jorge Drexler. "Todo se transforma"

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