martes, 27 de noviembre de 2012

Descubriendo a La Otra



El reloj del microondas marcaba las 5:20 de la tarde. Era hora de cenar. La guía estricta que llevan los padres primerizos se rige por los números que marca ese aparato, aunque a esas horas lo lógico sería ver Barrio Sésamo o comerse un bocadillo de Nocilla, a mí me toca cenar. Mis juguetes titulares no pudieron contarme qué estaba sucediendo en casa y se quedaron en un rincón a esperar.
Los padres primerizos me sentaron en el sofá, me pusieron un babero alrededor del cuello y empezaron a atiborrarme de zanahoria y calabacín. El postre me empezaba a aburrir: otra vez pera y manzana ligeramente aguada. El tiempo tenía que pasar más rápido. 

                                      comiendo rápido la puñetera verdura
“Poned que son las 6:30 en el reloj; así sólo me quedará el baño, el cuento del calborotas y a dormir”, les mandé hacer a los juguetes. El caballo Tallarín y el misterioso caballero de la armadura de fieltro morado, se acercaron al microondas para adelantar la hora. Mami se acercó a la cocina cinco segundos después de que concluyese la misión de Tallarín y miró el reloj.
“¡Neno, es tardísimo! Acaba de darle la fruta, ¡que hay que bañar a la niña, ya!”.
Mi plan funcionaba: ya quedaba menos para saber quién era La Otra.

                                           mi nuevo look de bañera
El patito de goma amarillo estaba conmigo en la bañera. Podía haberme soplado algo antes de tiempo, pero al calborotas entrenador de viejunos le había dado hoy por meter al pato debajo de la bañera, llenarlo de agua y hacérsela salir a presión sobre mi cara.
Algo extremadamente gracioso que me llenó los ojos de espuma.
Al poco rato llegó el momento del cuento. Aguanté el tipo y lo escuché.
“Erase una vez…”, esas fueron las únicas palabras que le oí decir. Desconecté, puse cara de “me lo estoy pasando pipa con tu cuento, chaval” y miré a Owlie, que me dio a entender que todos estaban en la habitación. Ya sólo faltaba tomarme el chupito de leche, que cada noche me daba mami, y a dormir. Le duré dos chupetones. Me hice la dormida y me colocó con delicadeza en la cuna.
“Buenas noches, mi niña. Te quiero. Que duermas bien. Hasta mañana”. Yo también quiero a mami, pero hoy no había tiempo que perder.
Cogí a Agú por la capa y le pregunté qué narices estaba pasando.
“Yo no sé nada. Si me paso el día a tu lado”, me soltó Agú con la voz temblorosa.
Miré a Owlie para que me lo contara:
“Mira Maia, las cosas se han ido torciendo desde aquel día que la dejaste de lado. Este tipo de juguetes, ya sabes, son un poco…”
“¡Vamos Owlie, neno, tira a portería y dime quién narices es! No menees más la pelota”, le repliqué a la lechuza.
“Yo soy como el Barça Maia; el gol llegará tarde o temprano, y si además, puedo hacerlo bonito y entretenido, pues mucho mejor”
“Si, pero hoy necesito un tipo de juego más directo, más de “patadón parriba”, más a barraca; ¿lo pillas?, necesito saberlo ya”, parecía uno de esos tipos que van a los bares los lunes por la mañana, quejándose de lo mal que estaba jugando su equipo, sujetando un carajillo de Soberano en la mano.
“¿Y no te imaginas quién puede ser?”, soltó Libe desde la barandilla de la cuna.
“Es el calborotas, ¿no?, que se ha comprado una peluca pelirroja, se la pone cuando está solo con vosotros, se pinta la raya del ojo y os dice que sois “muy muy malos” y os da azotes en el culo…¡por favor, chicos, dejaos de marearme!”
Pajarruqui se acercó lentamente a mí,  puso su pico en mi oído y me dijo, sin más, el nombre de La Otra.

1 comentario:

  1. En estas fotos estas preciosa,tu padre te cuenta cosas fantásticas, Dile que escriba cuentos.
    Un besote.Ab Eli

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