El reloj del
microondas marcaba las 5:20 de la tarde. Era hora de cenar. La guía estricta
que llevan los padres primerizos se rige por los números que marca ese aparato,
aunque a esas horas lo lógico sería ver Barrio Sésamo o comerse un bocadillo de
Nocilla, a mí me toca cenar. Mis juguetes titulares no pudieron contarme qué
estaba sucediendo en casa y se quedaron en un rincón a esperar.
Los padres
primerizos me sentaron en el sofá, me pusieron un babero alrededor del cuello y
empezaron a atiborrarme de zanahoria y calabacín. El postre me empezaba a
aburrir: otra vez pera y manzana ligeramente aguada. El tiempo tenía que pasar
más rápido.
“Poned que son
las 6:30 en el reloj; así sólo me quedará el baño, el cuento del calborotas y a
dormir”, les mandé hacer a los juguetes. El caballo Tallarín y el misterioso
caballero de la armadura de fieltro morado, se acercaron al microondas para
adelantar la hora. Mami se acercó a la cocina cinco segundos después de que
concluyese la misión de Tallarín y miró el reloj.
“¡Neno, es
tardísimo! Acaba de darle la fruta, ¡que hay que bañar a la niña, ya!”.
Mi plan
funcionaba: ya quedaba menos para saber quién era La Otra.
mi nuevo look de bañera
El patito de
goma amarillo estaba conmigo en la bañera. Podía haberme soplado algo antes de
tiempo, pero al calborotas entrenador de viejunos le había dado hoy por meter
al pato debajo de la bañera, llenarlo de agua y hacérsela salir a presión sobre
mi cara.
Algo
extremadamente gracioso que me llenó los ojos de espuma.
Al poco rato
llegó el momento del cuento. Aguanté el tipo y lo escuché.
“Erase una
vez…”, esas fueron las únicas palabras que le oí decir. Desconecté, puse cara
de “me lo estoy pasando pipa con tu cuento, chaval” y miré a Owlie, que me dio
a entender que todos estaban en la habitación. Ya sólo faltaba tomarme el
chupito de leche, que cada noche me daba mami, y a dormir. Le duré dos chupetones.
Me hice la dormida y me colocó con delicadeza en la cuna.
“Buenas
noches, mi niña. Te quiero. Que duermas bien. Hasta mañana”. Yo también
quiero a mami, pero hoy no había tiempo que perder.
Cogí a Agú por
la capa y le pregunté qué narices estaba pasando.
“Yo no sé
nada. Si me paso el día a tu lado”, me soltó Agú con la voz temblorosa.
Miré a Owlie
para que me lo contara:
“Mira Maia,
las cosas se han ido torciendo desde aquel día que la dejaste de lado. Este
tipo de juguetes, ya sabes, son un poco…”
“¡Vamos Owlie,
neno, tira a portería y dime quién narices es! No menees más la pelota”, le
repliqué a la lechuza.
“Yo soy como
el Barça Maia; el gol llegará tarde o temprano, y si además, puedo hacerlo
bonito y entretenido, pues mucho mejor”
“Si, pero hoy
necesito un tipo de juego más directo, más de “patadón parriba”, más a barraca;
¿lo pillas?, necesito saberlo ya”, parecía uno de esos tipos que van a los bares
los lunes por la mañana, quejándose de lo mal que estaba jugando su equipo,
sujetando un carajillo de Soberano en la mano.
“¿Y no te
imaginas quién puede ser?”, soltó Libe desde la barandilla de la cuna.
“Es el
calborotas, ¿no?, que se ha comprado una peluca pelirroja, se la pone cuando
está solo con vosotros, se pinta la raya del ojo y os dice que sois “muy muy
malos” y os da azotes en el culo…¡por favor, chicos, dejaos de marearme!”
Pajarruqui se
acercó lentamente a mí, puso su pico en
mi oído y me dijo, sin más, el nombre de La Otra.
En estas fotos estas preciosa,tu padre te cuenta cosas fantásticas, Dile que escriba cuentos.
ResponderEliminarUn besote.Ab Eli