He vuelto a dormir como un bebé de dos meses. Es decir, que me despierto cada dos horas y les toco las narices a los padres primerizos. Algunos especialistas del dormir lo llaman la “Regresión al sueño primario”, y yo estoy más por llamarlo: “me apetece tocar las narices más de lo habitual”. Debe ser la emoción de saber que se pueden mezclar sentidos sin más. Que puedes saborear palabras, o ver colores cuando oyes números.
Llevo un par de noches que mi
cabeza no deja de imaginar qué mezcla de sentidos me gustaría tener. Algo que
fuese realmente increíble. Cuando me quedé dormida por primera vez, pensé en
cuál de esas sinestesias me gustaría tener.
Opción
1.
Ver
números a mí alrededor. Me sentiría una científica de verdad; con todo mi
espacio vital rodeado de números con los que sumar, dividir, hacer gráficas o
poder calcular la raíz cuadrada de 439 en menos de un segundo. Entonces podría
presentarme a ese programa de televisión que se llama “Los Increíbles” y
demostrar mi sabiduría.
—Y aquí tenemos el primer número
que Maia debe calcular: ¿Cuál es la raíz cúbica de 24569? —preguntaría de
repente el presentador del concurso.
—29.071168840347124 —contestaría yo
en menos de un segundo, con el resultado revoloteando alrededor de mi cuerpo.
Eso sería mucho más increíble que lo que
hace ese niño de 4 años, que sabe colocar banderas de colores en el país que
corresponde en el mapa. Además, si me lo propusiese, yo sería capaz de
descifrar qué bandera sería la más adecuada para cada país. A España le vendría
muy bien ahora una bandera negra con una pegote marrón en el medio.
Pero no me acababa de convencer.
Así que me desperté un par de horas más tarde y obligue al padre Koala a
levantarse de la cama para que me llevase al lado de mami. Entonces pensé una
segunda opción.
Opción
2.
Percibir
olores cuando toco algo. Regresé a la cuna pensando en mi nueva posibilidad
sinestésica: cada vez que tocase algo, un olor conocido vendría a mi nariz. Así
que agarré a Agú por la barriga, cerré los ojos e inspiré profundamente: un
olor a pedo asqueroso envolvió la cuna.
—¡Agú, colega! Estoy intentando tener un
poco de sinestesia en mi vida. ¡Puagh, qué asco!
—Lo siento Maia, llevo unos días
fatal de lo mío. Estoy pedorro del todo.
—Neno, mal. Muy feo.
Me sujeté en los barrotes de la cuna
y el olor asqueroso seguía allí. Estaba claro que teniendo pedorros a mí
alrededor, cualquier cosa que tocase me olería a mierda. Lo descarté y me
dormí.
Opción
3.
Sensación
táctil al escuchar sonidos. Dos horas más tarde me desperté y volví a tocar la
nariz aplatanada de Koala. Se levantó de la cama medio sonámbulo y mientras me
paseaba por el pasillo para dormirme, iba pensando en la siguiente opción: que
al escuchar un sonido, eso me llevara a la sensación de tocar algo conocido.
Por supuesto no valía utilizar el objeto como tambor y pasarme el día como la
cabeza del Koala, con su mono tocando la pandereta.
Tenía que abstraerme, para poder
transportarme por ejemplo, a un campo en primavera, con sus flores emitiendo
aromas frescos y notar su tacto en mis sutiles deditos...,pero al padre Koala
le dio por cantarme una nana para que me durmiese, lo cual no me dejó más
opción que ir a un solo de guitarra de Jimi Hendrix, justo en el final de uno
de sus conciertos, cuando Jimi agarraba la guitarra por el mástil y la
estampaba contra el escenario; yo cambié el escenario por la cabeza del padre
Koala. Me hice la dormida para no soportar sus cantos insoportables.
Las opciones se me estaban acabando
y no sabía qué sinestesia iba a ser la más adecuada para mí. Mi cabeza era una
mezcla de sentidos que no se acababan de mezclar. “Igual tengo que dejar que mi
propia naturaleza vaya descubriendo qué sinestesia era la más adecuada para
mí”, pensé en plan profundo, poniendo boca de pato y mirando de medio lado, con
esos ojos profundos que tengo. Entonces sentí que estaba dentro de una película
de cine negro, cuando la chica mala se saca lentamente los guantes mientras
canta. Suena jazz en forma de solo hipnótico de piano, y en mi boca, el sabor de
la última teta de mami —la derecha—, me dejó ese gusto que me llevaba a la
primera vez que toqué a Agú; un tacto suave y sedoso recorrió mis dedos, aunque
la habitación siguiese oliendo a sus pedos.
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