miércoles, 19 de junio de 2013

La banda sonora de Mary Poppins



      Las pestañas se fueron desenredando de mocos verdes a cada gota de antibiótico que caía sobre mis ojos. Desaparecido en Combate III se había colocado el disfraz de Mary Poppins, y los dos días en casa con mi nueva cuidadora pasaron con penas y sin glorias.
      Mary Poppins se despidió de mami en la puerta de casa. Dejó su paraguas mágico dentro del coche, y me llevó hasta el salón diciéndome que todo iba a salir bien. Enchufó su iPhone a los altavoces y empezó a cantar la particular banda sonora que había creado para cuidarme.

      Imaginaos que todo lo que hacéis estuviese acompañado por música a todas horas. Sería como lo que le pasó a esa pobre señora inglesa, que estuvo tres años con la misma canción metida en la cabeza. La escuchaba día y noche. Sin parar. Tuvo que ir al médico para pedirle que le sacase ese ruido con ritmo del cerebro.
     —Usted tiene Paranoia Musical Deforme  —le dijo el doctor a la pobre señora, que seguía cantando la misma canción mientras el médico buscaba una solución a su problema.
      —¿Y qué puedo hacer? —preguntó la señora moviendo rítmicamente su cabeza.       
    No recuerdo lo que le recomendó el médico a la pobre señora, pero a mí me estaba pasando algo parecido. Yo le hubiera enviado a Mary Poppins para que le pusiera su música especial para cuidar bebés.
            Ahora era yo quien tenía Paranoia Musical Deforme. La culpa la tenía la lista de canciones que había creado Mary Poppins para cuidarme. Y lo peor de todo es que  cantaba cada canción con un tono agudo que parecía llevarle a otra dimensión espacial. 
       La primera canción que sonó fue una de Mecano. Sí, Mecano. Mary Poppins ponía cara de concentración cada vez que se acercaba el momento cumbre de la canción: “Me cuesta taaantoo olvidaaarteee”, con su solo de piano y su atmosfera de canción de desamor que desgarra el corazón.
            “Ese es mi padre”, pensé con cara muy triste.
            Los poderes de Mary Poppins parecían leerme la mente y me dijo.
           —Maia, mi niña, no te asustes de cómo canto. Esto es para ti —y me señaló con su dedo índice y un ladeo de cabeza que me asustó más. Siguió cantando la canción de Mecano cada vez con un tono más agudo, que empezaba a llenar mis oídos de mocos verdes.
           “En serio”, esto último lo pensé tan fuerte que me puse a llorar.
        —No mi niña, no te asustes. Vamos a escuchar otra canción más alegre. ¿A ver cuál toca ahora? —dijo antes de que sonase la siguiente canción.
            Como un lobo. Miguel Bosé.

 
      ¡Dios! Entonces Mary Poppins empezó también a bailar. Imitaba a Miguel Bosé como si fuera la última cosa que iba a hacer en la vida. Era como si ese baile y su canción fuese el último deseo de un tipo condenado a la silla eléctrica.
     —¿Qué quieres cenar en tu última noche? —preguntaría el carcelero antes de llevar a ese reo a la silla eléctrica.
    —Quiero cantar y bailar “Como un lobo” de Miguel Bosé —pediría el reo antes de morir. Sin cenar, obviamente.
     —Que así sea —diría el carcelero, que con un chasquido de dedos daría paso a la canción dentro de la celda.
    Pues así me sentía yo. Como un reo a punto de ser trasladado a otra celda porque su compañero ha elegido como último deseo cantar y bailar “Como un lobo” de Miguel Bosé.
     No lloré. Esperé a que terminase la actuación y esperé a que la próxima canción fuera “Para dormir a un elefante hace falta un chupete muy grande” o “cinco lobitos tiene la loba, cinco lobitos detrás de la escoba”; pero no. Mary Poppins seguía contoneando sus caderas y yo allí, mirándole a los ojos, sin pestañear. 

      “Ese tío que está cantando con voz de falsete y se contonea detrás de la mesa es mi padre: Mierda”.
      La lista de canciones que había creado debía tener un nombre del tipo: “A veces me levanto un poco gay, para qué lo vamos a ocultar”, o incluso peor: “Voy diciendo que me gustan Los Planetas, Vetusta Morla y todos esos grupos de Indie Rock, pero en realidad me pierden las cancionzacas de amor y desamor con un tufillo a adolescente histérica que mataría por un beso de tornillo de su cantante favorito”.
    La última canción que recuerdo escuchar antes de quedarme dormida fue: “Mi soledad y yo” de Alejandro Sanz. Ahí lo dejo.
     Yo lo dejé por imposible. Dormí la siesta más larga de los últimos meses —más de dos horas—, y esperé que el momento del regreso de mami llegase pronto para salvarme de aquel despropósito.

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